El algoritmo, la línea editorial invisible



Por Francisca Sandoval, directora de Extend Comunicaciones

Los primeros días de enero de 2021 serán recordados como el momento en que, luego de acogerse por años a la Primera Enmienda para justificar que a las plataformas digitales no les corresponde ser “embajadores de la verdad”, las grandes compañías que sostienen las principales redes sociales (Twitter, Facebook y Youtube) “metieron la mano” para primero eliminar contenido, y luego bloquear de manera temporal -en el caso de Facebook- y permanentemente -en el caso de Twitter- las cuentas Donald Trump, el Presidente del país más poderoso del mundo.

Lo anterior no es solo un acto “altruista” en defensa de la democracia y el bienestar de los ciudadanos de Estados Unidos, cuya seguridad se vio seriamente amenazada durante el “miércoles de infamia” pasado, cuando cientos de seguidores de Trump asaltaron el Capitolio dejando cinco víctimas fatales, mientras el Presidente subía un video en sus redes sociales llamando a la calma a los manifestantes, pero insistiendo en que las elecciones que tuvieron lugar durante noviembre de 2020 fueron “robadas”. ¿Fue la gota que rebalsó el vaso, luego de cientos fake news y discursos de odio por años y sin tapujos por parte de Donald Trump? Ciertamente, pero detrás de estas medidas también comienza a develarse una de las mayores crisis que están enfrentando las plataformas de comunicación digital, en cuanto a la responsabilidad que grandes exponentes tecnológicos y líderes de opinión les han asignado en actos como el del pasado miércoles y otros más.

En una reciente columna de opinión en Wired, Robert McNamee, quien durante 34 años se dedicó a invertir en tecnología, fue uno de los primeros inversores de Facebook y asesor de Mark Zuckerberg, afirma que las plataformas digitales actuales deben “pagar por su rol en la insurrección del miércoles”. De esta forma, alude a la ya acuñada frase “libertad de expresión no es libertad de alcance”, que responsabiliza a las redes sociales de que en su incansable búsqueda de participación y ganancias, crearon algoritmos que amplifican discursos de odio, desinformación y teorías conspirativas que promueven la creación de grupos extremos y la polarización de la sociedad.

Es decir, el problema fundamental acá no es la presencia o ausencia de línea editorial en las redes sociales, sino que en la medida que los algoritmos continúan mostrándonos un “filtro burbuja”, armando preferencias para nosotros en base a nuestra dinámica en redes (likes, retweets, imágenes compartidas, búsquedas en Google y hasta las páginas que visitamos), se están generando los caldos de cultivo para que ideas conspirativas, extremistas y negacionistas tomen la fuerza necesaria para atentar contra la seguridad social: “(Las plataformas tecnológicas) han priorizado sus propias ganancias y prerrogativas sobre la democracia, la salud pública y la seguridad de las personas que usan sus productos. No es exagerado decir que las plataformas de internet, así como las nuevas tecnologías de la inteligencia artificial y dispositivos inteligentes, no son seguras”, señala McNamee.

Los anuncios del bloqueo temporal y permanente de las cuentas de Donald Trump, desde las plataformas de Mark Zuckerberg y Jack Dorsey respectivamente, son solo el inicio de un debate mayor que toma fuerza desde el escándalo de Cambridge Analítica hasta las recientes demandas que enfrentan Google y Facebook desde el departamento de justicia y un gran número de estados en Estados Unidos, por prácticas monopólicas y colusión.

Los tiempos de oro van llegando a su final, en la medida en que todos -en tanto usuarios- nos comenzamos a dar cuenta de que Internet no es lo que pensábamos, y necesitamos de políticas públicas que rayen la cancha y nos permitan el ejercicio de nuestra plena libertad de expresión, pero bajo condiciones que resguarden nuestros datos, nuestras instituciones y nuestro bienestar social.

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