El cambio cultural que significa vivir en un clima semidesértico

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El reemplazo del pasto en plazas o jardines es el primer paso de una serie de cambios que vivirán las ciudades de la zona central del país a consecuencia de la falta de agua.


En todas las referencias bibliográficas, el clima de la región central de Chile sigue definiéndose como “mediterráneo”, ese que tiene su origen en el mar del mismo nombre en Europa y que caracteriza las costas de España, Francia e Italia, entre otros. Se describe como un clima agradable, con inviernos templados y lluviosos; veranos secos y calurosos, mientras que otoño y primavera son variables en temperaturas y precipitaciones.

La última vez que en la zona central se vio un clima así fue en el año 2008. De ahí, año tras año, no ha dejado de existir déficit de lluvias y altas temperaturas, alcanzándose el récord el año 2019, cuando en Santiago llovió lo mismo que en Dubái, que tiene un clima desértico.

Es por ello que los especialistas vienen advirtiendo desde hace bastante tiempo que la zona central dejó de ser mediterránea hace mucho tiempo; hoy sería semidesértica. Y aquello está a la vista. Desde hace años que no vemos grandes lluvias en invierno ni nieve abundante en las montañas; por el contrario, somos testigos de veranos más largos con temperaturas récord.

Frente a esto, existe un cierto consenso en que seguir hablando de sequía o megasequía cuando llevamos más de doce años en esa condición resulta equívoco. Lo que estamos viendo, a juicio de muchos, es un cambio climático, esto es, un cambio definitivo en el clima de la zona, uno más seco y más caluroso.

Se trata también de un cambio cultural de proporciones. Vivir en un clima templado es muy diferente a vivir en uno semidesértico. Es un paisaje y un hábitat totalmente distinto al que estábamos acostumbrados. Uno donde el buen uso del agua se convierte en algo central, algo para lo cual pocos están acostumbrados.

En este sentido, en las ciudades es ilustrativo lo que está sucediendo con todo lo que se refiere a los jardines y plazas, específicamente al uso del pasto, que por su consumo es considerado el enemigo número uno del agua. Por ello, los municipios han comenzado a retirar grandes extensiones de pasto, reemplazándolo por especies de bajo consumo hídrico, con un ahorro de hasta 80%. Hasta ahora, esta medida se está aplicando al césped llamado ornamental, es decir, aquel que tiene poca rentabilidad social por cuanto no se usa para actividades sociales o deportivas. Sin embargo, muchos advierten que vamos hacia el fin del uso de pasto como lo conocemos hasta ahora, incluso en los jardines privados.

Esto no es menor, por cuanto en Chile el paisajismo estaba muy vinculado a la tradición europea donde el agua no es un problema. Por ejemplo, en Londres o París caen más de 600 milímetros y llueven más de 100 días al año. Pues bien, asimilarse a aquello, que siempre fue una rareza, ahora es imposible. El paisaje tendrá que cambiar y generar áreas con mayor biodiversidad y más sostenibles.

Es un hecho que ya no resulta sostenible seguir ocupando grandes cantidades de agua en mantener áreas verdes, cuando se trata de un recurso tan escaso. La comparación por comunas en la Región Metropolitana deja en evidencia el problema. Mientras en localidades como Puente Alto, Pudahuel o La Granja se consumen menos de 100 litros de agua por persona al día, en Vitacura, Lo Barnechea o Las Condes esa cifra llega en promedio a los 600 litros. Y esto tiene relación directa con el número de áreas verdes que existen en cada una de ellas.

Cambiar aquello es importante y, lo mejor, no tiene nada de negativo. Reemplazar el pasto por cubresuelos, herbáceas y arbustos no solo provoca un ahorro de agua, sino también genera un paisaje diverso muy atractivo. Y mientras antes se haga, será mejor, pues seguir pensando que volverá a llover como antes parece ser una utopía.

Es cierto que el consumo de agua está principalmente radicado en la agricultura. Pero el uso de ella en las ciudades es fundamental, porque genera cambios culturales profundos en las personas y en su forma de vivir y habitar los espacios. Todo esto teniendo en cuenta que vivir con un clima semiárido no es un problema cuando se aprende a usar los recursos. Muchas ciudades -la costa oeste de Estados Unidos es un ejemplo- lo han logrado con excelentes resultados. Chile puede conseguir lo mismo si se lo propone.

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