El camino difícil

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El presidente del Senado, Carlos Montes, en su oficina en el ex Congreso en Santiago, en abril pasado. Foto: Juan Farías


El episodio por el cual se le reprochó a un abogado el no asistir con corbata a una comisión de la Cámara de Diputados; o el honorable que explica la renuncia de una gobernadora diciendo que se trataba de "una tarea compleja para una dueña de casa", y para qué decir de la elegante respuesta que vociferó Urrutia, el mismo de los "terroristas con aguinaldo", contribuyeron a deteriorar aún más -si es que aquello fuera posible- la imagen y respeto que los ciudadanos tienen por sus políticos e instituciones.

Ya lo decía el Presidente del Senado en su última cuenta pública: "Chile no solo encuentra que no lo hacemos técnicamente bien, encuentra que damos mal uso al poder y a los recursos que nos han dado para representarlos. Nos ven como expresión de la desigualdad y se nos responsabiliza de tolerar los abusos y de no actuar decididamente para remediar estos males".

Traigo esta cita a colación, porque Carlos Montes -al igual que muchos otros, de varias tendencias y partidos- representa a aquellos que durante años han tratado de hacer bien las cosas; y, pese a la cada vez peor imagen del Congreso, han tomado el camino difícil de no dejarse seducir por el espectáculo fácil, la palabra atractiva pero vacía, o el confundir popularidad con populismo. Y así varios, con sus defectos y limitaciones, han insistido en la necesidad de hacer de la política algo serio, importante para los ciudadanos y el país, incluso cuando esa opción significa enfrentarlos a quienes a su lado solapadamente insisten en defender sus privilegios y las prebendas.

Pero también a los ciudadanos y electores se nos presenta una disyuntiva similar, pues fácil resulta subirse a esa ola que todo lo crítica y generaliza, siendo incapaces -sea por desconocimiento o comodidad- de reivindicar la importancia de la actividad pública y destacar a quienes sí están intentando hacer un diferencia positiva. De hecho, la mejor manera de proteger a los flojos, chantas o pillos, es ocultarlos detrás de esos categóricos juicios que se hacen al bulto, impidiendo hacer el contraste entre quienes ven la política como una vocación de servicio, de los que insisten en capturarla como un continuo bocado del cual poder servirse.

Y ciertamente no se trata de una tarea fácil. A la enorme brecha reputacional que hoy pesa sobre ellos, habrá que sumar el pesimismo y desesperanza de varios que ya se han rendido, o para qué decir de los obstáculos que internamente siguen poniendo aquellos que no han aprendido nada durante estos años. Aun así, si alguna pronta recompensa pudiera tener el esfuerzo que algunos están haciendo, es que seamos capaces de distinguir en nuestras críticas y también reconocimientos.

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