El claroscuro de lo humano

Trabajadores de la Ex Posta Central anoche, a las 21.00, cuando se oían en la capital aplausos por su labor. Foto: Andrés Pérez


Como toda crisis, la del coronavirus no hace sino poner en evidencia el claroscuro de lo humano. Por una parte, la entrega generosa de los que arriesgan su vida para que otros puedan salvar la suya. Por otra, el mezquino individualismo de algunos que prefieren poner sus gustos e intereses delante de los del resto y, con ello, amenazan su salud y la de los demás. Entre ambas, la alterada existencia cotidiana de una enorme mayoría que intenta arreglárselas como puede. Ya decía el fraile que de todo se encuentra en la viña: uvas, pámpanos y agraz.

Esto no representa novedad alguna. Siempre ha sido así: tenemos un alma dividida, capaz de lo mejor y lo peor. En nosotros cohabitan el héroe y el villano, agazapados y listos para aprovechar su oportunidad. 

Es conveniente recordarlo cuando hoy se hace tanto escándalo con los villanos y se olvida tan rápidamente a los héroes. 

Porque es cierto que existen inconscientes que escapan a la costa, irresponsables que abusan de los salvoconductos para saltarse la cuarentena, y egoístas que burlan el toque de queda. Sobre ellos debe caer la condena social y el castigo de la ley cuando la han violado. Pero también es verdad que no son los únicos: existe una enorme mayoría que intenta superar este trance con dignidad, poniéndose de acuerdo con los vecinos, coordinando con sus familiares las tareas domésticas, asistiendo a clases online, pagando sus cuentas, tratando de mantener su empleo con ingenio y esfuerzo. Y, por último, es evidente que hay otros que se sacrifican por los demás. Doctores, enfermeras, personal de salud y sacerdotes arriesgan su salud -incluso la vida- al asistir a los que yacen en hospitales y clínicas, atendiendo sus cuerpos y consolando sus espíritus. Muchos ya son mártires. Sería justo comenzar a honrarlos, dedicando tanto tiempo y espacio a ellos como el que se otorga a los que usan sus helicópteros para viajar a la playa.

Los medios y las redes sociales prestan demasiada atención a los malos ejemplos, a menudo inyectando un odio que resulta cansador y asfixiante, además de inútil y predecible. Ayuda poco, porque solo hace crecer la desesperanza, incluso la angustia. 

Ojalá hubiera mayor equilibrio, porque eso haría más llevadera la crisis para todos y haría justicia a los matices de nuestro quehacer humano. El virus ya es suficientemente cruel por sí solo como para que, además, nos bombardeen con noticias, chats, videos y links que solo muestran la parte estúpida del ser humano, como si no existiera otra. Yo, por mi parte, he decidido enfocar asimismo mi atención en la otra parte, la luminosa, que también existe, aunque haya que escarbar un poco más para encontrarla en nuestros medios y redes sociales. 

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.