El comendador

Imagen Carlos Cardoen Entrevista-5


Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral, en grado de Comendador. Ese fue el reconocimiento del Gobierno de Chile a Carlos Cardoen.

El mismo homenaje que, en grado de Gran Oficial, han recibido Paul McCartney, Gabriel García Márquez y Raúl Ruiz.

Claro, el ex fabricante de bombas de racimo reconvertido en empresario turístico no compuso Hey Jude, no escribió Cien Años de Soledad, ni filmó El Tiempo Recobrado, pero hizo algo mucho más valioso a ojos de quienes lo condecoraron: financiar sus campañas políticas.

Junto a Anacleto Angelini y Julio Ponce, entendió que el cambio de dictadura a democracia abría una oportunidad única para aliarse con los políticos de la Concertación que, escasos de efectivo, podían ser cooptados a un precio módico.

Así se convirtieron en parteros de la joven democracia. La cuenta la pagamos hasta hoy.

El dinero de Ponce le permitió conservar SQM, privatizada por la dictadura de su ex suegro, y controlar así el litio, a través de una serie de ventajosos acuerdos. El último de ellos, firmado con el saliente gobierno de Bachelet en diciembre de 2017.

El de Angelini aceitó una serie de leyes, la primera de ellas aprobada al undécimo día de democracia, el 21 de marzo de 1990, que le entregaron el dominio de gran parte de los peces de Chile. Esos privilegios siguen vigentes, aun después que el ex gerente general del buque insignia de Angelini, Corpesca, reconociera haber sobornado a parlamentarios con millonarias mesadas mensuales.

La generosidad de Cardoen no nos costó el litio ni los peces. Sí algunos símbolos públicos como ese homenaje entregado el 2005, en plena campaña presidencial, con Ricardo Lagos como Presidente y Sergio Bitar como ministro de Educación. "Ninguno es ángel sobre la tierra", dijo Bitar para explicar el galardón.

Cardoen dice ser "de la Concertación, desde el momento en que se creó" y reconoce "abiertamente, absolutamente" haber financiado sus campañas. Estuvo casado con una sobrina de Aylwin. A Lagos incluso lo trasladó en su helicóptero. Bachelet no ha escatimado gestos hacia el empresario, inaugurando varios de sus emprendimientos y compartiendo con él amistosas cenas privadas.

Con certera puntería política, también respaldó a Sebastián Piñera. "Le pedí dos cosas: que por favor aprendiera a escuchar a la gente y que no se comiera las uñas", dijo Cardoen.

Su fortuna la hizo vendiendo armas de racimo a Saddam Hussein. Cuando Saddam invadió Kuwait, pasando de aliado a enemigo de Washington, Cardoen entró también en la lista negra estadounidense. En 1993, el FBI emitió una orden de captura internacional, acusándolo de importación ilegal del circonio usado en sus bombas.

Entonces llegó la hora de cobrar. Los gobiernos de Frei, Lagos, Bachelet y Piñera enviaron notas diplomáticas, y Lagos llegó a hacer lobby personal por Cardoen en una cumbre presidencial con Bill Clinton.

El Congreso también ha sido fiel a Cardoen, enviando una delegación parlamentaria a Washington para interceder por él (el PS Juan Pablo Letelier y el UDI Rodrigo Álvarez), y aprobando ocho resoluciones en su favor. La última, el 23 de enero de 2019, exhorta a realizar las gestiones "políticas, diplomáticas y judiciales necesarias para darle auxilio", y fue aprobada por 26 votos a favor, ninguno en contra y una abstención.

En días de polarización, cuando ni la educación, ni la salud, ni la seguridad de los chilenos logran poner de acuerdo a gobierno y oposición, Cardoen sí opera ese milagro.

¿Cuántos de los parlamentarios que han usado sus cargos para operar por décadas a favor de Cardoen han sido financiados por él? ¿Cuánto han recibido? No lo sabemos. Es dinero negro, por fuera de la ley electoral ("era un mecanismo común", dice Cardoen).

Esta semana, Estados Unidos pidió la extradición. Los cargos presentados podrían no ser delitos en Chile o estar prescritos, lo que permitiría a la justicia rechazar la petición sin siquiera entrar al fondo.

Pero ese es un problema de Cardoen y sus abogados. Lo que debería preocuparnos a todos los chilenos es la fragilidad de nuestra diplomacia, nuestros gobiernos y nuestros congresos, cooptados para ponerse al servicio de los problemas particulares de un hombre con demasiado poder.

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