El complejo panorama económico y laboral

trabajador

La descompresión de la situación política depende de una propuesta capaz de revivir la expectativa de un espacio económico en expansión.



La política ignora que tras la movilización social hay una situación económica apremiante. Posiblemente esto ocurre porque, en la mirada convencional, la actual tasa de crecimiento de la economía (aún positiva) o las últimas mediciones de tasa de desocupación (7,4%) no corresponden a las que típicamente se asocian a una crisis económica. Pero la evidencia de dificultades mayores existe.

El reciente informe de la División de Estudios del Ministerio del Trabajo, sobre efectos de la inmigración ocurrida desde fines de 2015 en adelante, indica que el crecimiento del empleo en el país habría sido absorbido básicamente por los trabajadores inmigrantes, que captaron los nuevos empleos asalariados, mientras los nacionales accedían a trabajos por cuenta propia. Así se acomodó un incremento en la fuerza de trabajo extranjera a tasas entre 30% y 50% en doce meses en 2016 y 2017, antes de desacelerarse hasta 10% en 2019. Esa fuerza laboral extranjera logró contratarse a remuneraciones (promedio real) siempre decrecientes, que acumularon una caída de 18% en los últimos cuatro años. Es fácil concluir que este proceso, que llevó hacia fines de 2019 a una tasa de informalidad laboral de los nacionales (30,1%) superior a la de los de los extranjeros (24,9%), ha representado restricciones laborales muy duras para los trabajadores nacionales y extranjeros, más aún cuando ocurrió en el contexto de bajo crecimiento económico. Las cifras de INE, que muestran que la informalidad alcanza hoy al 29,6% del total de ocupados, mientras la tasa combinada de desocupación y ocupación de tiempo parcial involuntaria llega al 16,7% de la fuerza de trabajo, confirman un cuadro de precariedad en el mercado laboral que las formas convencionales de medición de la desocupación -que consideran ocupado a quien trabaja al menos una hora en la semana- no capturan.

Pero la declinación del crecimiento económico crea problemas aún mayores que un difícil ajuste laboral ante la inmigración. Ante una nueva expectativa de menor crecimiento, todos deben ajustar sus expectativas en ingresos y revisar planes de gasto. Para quienes están al final de su vida activa, el ajuste es menos relevante; para jóvenes, sin embargo, una caída permanente en la tasa de crecimiento de, por ejemplo, 2% por año, obliga a un ajuste muy profundo, de 30% en su plan de gastos. Y para aquellos jóvenes que se demoraron en asumir la nueva realidad de bajo crecimiento, las deudas excederán los niveles normales para una edad en que se gasta contra ingresos futuros.

La fuerte inmigración y una caída en el crecimiento esperado han resultado en un cuadro de dificultades nunca observado en treinta años. Tras juicios globales contra “el modelo”, la desigualdad y los abusos, hay infinidad de demandas por mejor acceso a los bienes y servicios que en una economía pujante financian remuneraciones crecientes e ingresos en alza de los emprendedores. Todo indica que la descompresión de la situación política depende de revivir la expectativa de un espacio económico en expansión, que consolide la situación de las familias de inmigrantes y vuelva a dar sentido a las aspiraciones de los chilenos.


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