El desbalance de Carlos Ominami



Por Teodoro Ribera, rector de la Universidad Autónoma de Chile; ex ministro de Relaciones Exteriores

El exsenador Carlos Ominami ha realizado un balance de la política exterior del Presidente Sebastián Piñera, pero al hacerlo ha incurrido en errores y prejuicios. Según él, Chile se ha transformado en un país “menos confiable, menos respetado y menos predecible”, correspondiéndole además al gobierno “la responsabilidad por la condición de marginalidad e irrelevancia que caracteriza actualmente a nuestra región” americana. Una crítica que igualmente realiza el ex Senador, es una responsabilidad gubernamental en la pérdida de una política de Estado sobre temas internacionales.

No dejan de ser curiosas las afirmaciones de Carlos Ominami. ¿Ha sido Chile excluido de alguna iniciativa? ¿Alguien ha boicoteado nuestra acción diplomática? ¿Han dejado de fluir la inversión extranjera? Nada de eso ha ocurrido. Muy por el contrario, en forma exitosa se pudieron concluir las negociaciones con la Unión Europea, con Brasil y Paraguay, para nombrar sólo a algunos acuerdos y nuestra capacidad de llegar a incrementar nuestra presencia en otros ámbitos, incluso para elegir importantes autoridades, constata la fortaleza de nuestra presencia internacional. Así, en 2019 la embajadora María Teresa Infante fue electa para integrar el Tribunal Internacional del Derecho del Mar con el 73,6% de los votos y este año 2021 Patricia Pérez fue electa en la Corte Interamericana de Derechos Humanos y Claudio Grossman como miembro de la Comisión de Derecho Internacional de Naciones Unidas con la primera mayoría mundial.

El hecho que el actual Canciller, Andrés Allamand, fuera nominado por unanimidad para asumir la Secretaria General Iberoamericana, es una constatación que la imagen de Chile no sólo no está débil, sino que se valora su posición, su confianza, sus valores. Si la imagen internacional de Chile fuera la que Carlos Ominami aprecia y nos difunde, entonces sería incomprensible que quien representa al gobierno internacionalmente, fuera electo.

Cabe considerar, además, que Chile participó en 24 candidaturas siendo electos nuestros postulantes en 21. ¿Cómo un país desprestigiado, según el argumento de Ominami, logra tales resultados?

Para el columnista la razón de todos los males se debería a la pérdida de la noción de la política de Estado. El gobierno del Presidente Piñera ha procurado mantener aquellos elementos centrales de nuestra política exterior que constituyen, además, una mirada de Estado, y en función de ella se han convocado con periodicidad tanto el Consejo Asesor de Política Exterior como el Comité de exministros. Además, si observamos con objetividad el actuar internacional de Chile, se constata que hemos participado activamente en los organismos regionales y mundiales, promoviendo iniciativas de fortalecimiento del sistema multilateral, apoyando la solución de los conflictos por la vía del diálogo y no de la fuerza, exigiendo un respeto de los derechos humanos y del sistema representativo de gobierno y el libre mercado, entre otros, todos ellos respecto de los cuales creemos que son parte de nuestra política de Estado.

Por ello, más allá de algunas desavenencias, en el fondo ha prevalecido una política de Estado.

Es cierto que Cúcuta marcó una diferencia ante una crisis humanitaria y de violación de los derechos humanos de proporciones que afectaba a todo el subcontinente, pero la acción posterior en favor de la democracia en Venezuela -incluido el asilo a opositores, la incorporación al Grupo de Contacto y nuestra salvaguarda a que nos oponíamos al uso de la fuerza por parte de terceros Estados- no ha tenido detractores, como tampoco han existido para la denuncia del totalitarismo en Nicaragua. Igualmente hubo unanimidad para apoyar el reclamo de la plataforma continental jurídica al sur del Punto F del Tratado de Paz y Amistad con Argentina. Y otro tanto ocurre con la Hoja de Ruta con Bolivia, luego de que una comisión amplia y representativa propusiera diversas políticas de Estado al respecto, que redundó en un avance bilateral que esperamos sea auspicioso. Donde sí ha existido una desavenencia relevante, no entre gobierno y oposición, sino que, al interior de la segunda, es con la ratificación del TPP11, firmado en Santiago bajo el entusiasta apoyo de la Presidenta Michelle Bachelet. Paradójicamente este mega acuerdo ha sido bloqueado por la oposición, pues ha sido ésta la que fruto de la presión extraparlamentaria, no ha podido apoyar una iniciativa relevante para Chile y los chilenos. Nos preguntamos entonces ¿quién debilita el multilateralismo?

Lo que carece de todo sustento es atribuir al gobierno del Presidente Sebastián Piñera la destrucción de la institucionalidad sudamericana – eufemismo para referirse a UNASUR- en circunstancias que el bloque se encontraba paralizado por años, incapaz de lo básico: nombrar sus autoridades. Por el contrario, la creación de PROSUR fue una respuesta de emergencia ante la imposibilidad de llegar a acuerdos internacionales sobre las diversas materias, por lo que se privilegió avanzar en temas concretos, de indudable beneficio para los Estados miembros.

¿Y qué decir de la supuesta ausencia de iniciativas de trascendencia? Chile procuró a través de su presidencia en PROSUR impulsar la cooperación internacional en el combate al Covid, realizando videoconferencias de los Ministros de Salud, facilitando el transporte de ciudadanos y bienes para terceros países, entre otros. Por otra parte, tan pronto apareció la enfermedad asumió el liderazgo para la suscripción de un Tratado vinculante para enfrentar futuras pandemias. Tal esfuerzo culminó hace unos pocos días, luego de más de dos años de arduas negociaciones, con la decisión de la Organización Mundial de la Salud de crear un cuerpo gubernamental negociador para la elaboración del Tratado, apoyada por 194 países. Es decir, frente a la catástrofe sanitaria, social y económica más devastadora del siglo Chile lideró la más importante iniciativa multilateral para conjurarla en el futuro.

En un plano completamente distinto, Chile ha desplegado una intensa “diplomacia del hidrógeno verde” y en el ámbito oceánico promueve la primera Área Marina Protegida en Alta Mar en la dorsal de Nazca y de Salas y Gómez, una de las zonas de mayor biodiversidad del planeta, reafirmando su liderazgo oceánico. También merece destacarse la aprobación del Nuevo Estatuto Antártico que no sólo refuerza nuestra soberanía, sino que al mismo tiempo afianza nuestro rol en el Sistema Antártico. ¿Y qué decir de las gestiones para repatriar a miles de chilenos varados en aeropuertos de todo el mundo cuando se desató la pandemia? Más aún, deliberadamente se omite la tramitación, negociación y elaboración de contratos para adquirir y asegurar la llegada de 25.000.000 de vacunas, una de las operaciones más complejas que le ha correspondido desempeñar al Ministerio de Relaciones Exeriores en su larga historia. Como una señal de un debilitamiento de la Cancillería se considera el proyecto de relocalización de embajadas y consulados.

Anclado en una mirada estática del acontecer mundial, no se observa una mirada crítica, evaluativa, de nuestra presencia internacional, ni de la conveniencia de aumentar la misma en áreas de gran y creciente relevancia política y económica para nuestro país y los chilenos, como lo es India, a manera ejemplo. Insistir en mantener representaciones en países que tienen para Chile una menor relevancia es sustraer a la Cancillería de una de sus tareas principales: auscultar nuevos horizontes, anticiparse a los hechos, construir oportunidades en materia política y económica.

Finalmente, Carlos Ominami atribuye el decaimiento de la imagen internacional en las secuelas del estallido del 2019 producto de las violaciones de derechos humanos por parte de la policía. Por supuesto, ningún reconocimiento de que la crisis se encauzó democrática e institucionalmente y que la semana pasada se haya descartado una acción ante la Corte Penal Internacional dirigida contra el Presidente Piñera y otras autoridades.

En suma, coincidiendo con el exsenador que todos deseamos lo mejor para Chile, observamos que su balance descansa en parte sobre miradas ancladas en el pasado, que no registran el dramático tránsito hacia un nuevo orden mundial en que se encuentra la humanidad. La Belle Epoche de la política exterior de Chile, propia de los noventa, ha mutado a un escenario más frío y confrontacional, de mayor competencia y rudeza, y con ello también algunos de los énfasis que inspiraron la exitosa acción de nuestra Cancillería. El país enfrenta desafíos complejos y en gran medida impredecibles: una nueva multipolaridad toca nuestras puertas, la democracia es cuestionada y violentada en múltiples países, las ONGs adquieren una relevancia mayor, incluso más que algunos Estados; el cambio climático estresa nuestras sociedades; la Antártida y el mar es fruto de crecientes intereses internacionales, entre otros, todo lo que nos obliga a lograr una cooperación más eficaz y estratégica con nuestros vecinos y generar más masa crítica interna, que alimente nuestros objetivos estratégicos de mediano y corto plazo. En este sentido, la Cancillería no sólo debe implementar nuestra política de Estado y las iniciativas gubernamentales, debe igualmente analizar el futuro, asumir los riesgos y desafíos como oportunidades, en fin, planificar el presente para salvaguardar nuestros intereses nacionales.

El balance que se nos presenta exige, para considerarlo como insumo que retroalimente nuestro actuar internacional futuro, una cuota mayor de ecuanimidad, juicios más fundados y, sobre todo, una mirada más fresca y actualizada del panorama mundial.

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