El dilema de la última cama

Foto : Andres Perez


Por Sylvia Eyzaguirre, investigadora CEP

El dilema de la última cama nos enfrenta al problema ético que genera la escasez de recursos, a saber, a un asunto de justicia distributiva. Este dilema no es exclusivo del área de salud, pero es aquí donde cobra mayor dramatismo, pues nos muestra de forma evidente los costos en vidas humanas. La justicia distributiva se pregunta cómo deben distribuirse los bienes materiales en una sociedad para que esta sea justa. En el caso sanitario que hoy nos convoca, la pregunta es la siguiente: ¿cómo debemos asignar los ventiladores mecánicos y las camas críticas cuando la demanda es superior a la oferta? ¿Qué criterio nos permite garantizar un uso justo de estos recursos? En situaciones extremas, como las guerras o las que ha provocado el Covid-19, el criterio recomendado por los comités de ética sanitaria es el utilitarista, a saber, maximizar el beneficio. En el caso de esta pandemia, el Colegio Médico de Cuidados Intensivos de Italia publicó directrices para los doctores y enfermeras, donde la unidad a maximizar son los años de vida. Esto significa que se debe priorizar a los pacientes con las mayores posibilidades de éxito terapéutico y que tienen una probabilidad de años de vida mayor; en números agregados priorizar a los jóvenes por sobre los ancianos, a los sanos por sobre los que presentan enfermedades crónicas.

Algunas voces ciudadanas se han levantado en contra de estos criterios, declarándolos crueles e inhumanos. ¿Pero no es más cruel e inhumano dejar que mueran más personas? La distribución de bienes escasos necesariamente produce beneficiados y perjudicados. El número de beneficiados en un momento estático del tiempo es igual independiente del criterio de distribución que se use, pues depende del número de camas y ventiladores; pero si tomamos un lapsus más largo de tiempo, el número de beneficiados debiera ser mayor cuando se utiliza el criterio de maximización, pues el tiempo de rotación de los pacientes por cama o ventilador debiera ser mayor que con otros criterios que no maximizan la vida humana, como, por ejemplo, el orden de llegada. Pero no solo el número de personas que tiene acceso a un ventilador o cama crítica es mayor con un criterio utilitarista, sino que también sus resultados son mejores en términos de vidas de personas o años de vida salvados. Se argumenta que la vida humana no es una mercancía que pueda ser racionalizada, ella no tiene precio, su valor es infinito. ¿Pero no será que el infinito valor de la vida humana nos obliga más que nunca a maximizarla? Si una vida humana tiene un valor infinito, entonces, ¿dos infinitos es mayor que uno? Finalmente, se argumenta que desconectar a un paciente con pocas probabilidades de sobrevivir para conectar a otro con mayores probabilidades de vida sería homicidio. Habría que revisar cómo la ley tipifica el delito de homicidio, pero no debemos confundirnos, lo que está matando a las personas es el virus y no la falta de ventiladores; estos pueden salvar vidas y nosotros como sociedad debemos decir cómo queremos usar nuestros escasos recursos.

Las autoridades de gobierno nos han dicho que no vamos a tener que enfrentar este doloroso dilema, pues existe provisión suficiente para todos. Esta es sin duda una gran noticia. Pero donde siempre enfrentamos el problema de la justicia distributiva es en el gasto fiscal, aunque pasa colado. Hoy más que nunca la maximización del gasto público es crítica, sobre todo considerando que esta situación se puede extender al menos por un año. La nueva normalidad no da margen para el populismo.

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