El estallido y la pandemia

Pobreza


El mundo lleva en algunos casos meses tratando de hacer frente a la peor crisis de sanidad que enfrentara desde principios del siglo XX. Una crisis que ha puesto a prueba la solidaridad de los ciudadanos del mundo porque, curiosamente, en ausencia de vacuna, el aislamiento social y el respeto irrestricto a la cuarentena, es la única manera en que podemos cuidar a la comunidad y combatir esta enfermedad. Habrá muchas preguntas que se levantarán y respuestas que se generarán en este periodo aún incierto, pero es preciso partir por algunas que por estos días nos empiezan a hacer sentido. Parto con una fundamental: ¿cuánto de las demandas de nuestro estallido social del 18-O se profundizan a partir de esta situación?

Por estos días hemos visto que nuestras capacidades para enfrentar una crisis de esta envergadura dan cuenta también de la precariedad de nuestro sistema. Aún cuando no ha habido país en el mundo que haya mostrado capacidad para hacer frente a un contagio masivo, lo cierto es que en Chile no será lo mismo para la mayoría de los enfermos acceder al sistema privado o público de salud, más aún si la enfermedad se extiende de manera relevante a distintas regiones del país, que contarán con capacidades limitadas y con dificultades de acceder a los insumos necesarios. Tampoco es lo mismo tener condiciones laborales que permitan realizar trabajo a distancia usando plataformas tecnológicas, que verse imposibilitado de acceder a su lugares de trabajo, enfrentando el temor de no recibir sus remuneraciones. El reciente y desafortunado dictamen de la Dirección del Trabajo solo agrega incertidumbre a un momento de suyo complejo. Para que decir de aquellos trabajadores que viven de la informalidad (que se calcula en Chile bordean el 30%), muchos de los cuales no tendrán posibilidad de ejercer su actividad laboral ante la inminente cuarentena, quedando no solo desprotegidos, sino que con la angustia de no poder alimentar a sus familias.

A lo anterior se agrega lo que la realidad nos ha dejado ver sobre la vulnerabilidad que enfrentamos con nuestro sistema de pensiones. En estos días hemos visto pérdidas millonarias que, especialmente para quienes están cercanos a la edad de jubilar, serán irreparables. Y miles de estudiantes, especialmente en situación de vulnerabilidad, no tendrán la posibilidad que tienen niños de sectores más acomodados, de acceder a guías de estudio o clases a través de internet.

El denominador común de todas estas situaciones es la absurda y terrible precariedad que hemos construido, en un modelo que hasta hace poco parecía exitoso, pero que tiene ventajas para algunos e intolerables desventajas para otros. Tal vez por muchos motivos fuimos ciegos en nuestro país para comprender que la desigualdad, en sus múltiples dimensiones, había generado una fractura profunda en nuestra sociedad, que simplemente quedó expuesta a partir de las masivas movilizaciones sociales. Golpeados por la realidad a partir de esta pandemia, hoy volvemos a ser conscientes que lo que necesitamos es un nuevo pacto social que nos permita generar un tipo de sociedad que sea capaz de traer certidumbre, tranquilidad y dignidad para todos. Mientras, esperemos que las consecuencias de esta terrible situación, no la terminen finalmente pagando los vulnerables de siempre.

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