El eterno conflicto

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La Cámara de Diputados en la sesión sobre el uso de cannabis. Foto: Aton


Nuestro diseño institucional nunca ha sido especialmente generoso, sino que el resultado de la pugna tradicional de poderes sociales. Nunca hemos tenido una Constitución sabia, sino que se ha impuesto como el producto de poderes circunstanciales que administran sus propias visiones de sociedad, y no una común, que es la que debiera plasmar una buena Constitución. Los cambios a ésta son un auténtico deporte nacional. Nadie quiere hacer una buena y definitiva que acomode a una gran mayoría, sino aquella que impone la visión de un grupo sobre el resto. La Constitución del 80 también tiene mucho de ello y ha sido modificada ya decenas de veces y aun así sigue siendo cuestionada. Apoyo una nueva Constitución si el requisito es ser aprobada por el 66% del padrón electoral.

Por todo ello es que Chile tiene una larga historia de conflicto entre el Congreso y el Ejecutivo. Así es como terminamos en la guerra civil de 1891, donde se enfrentó el Congreso con Balmaceda, ganada por los congresistas y que devino en un sistema parlamentarista de muy pobres resultados. ¿Se pueden imaginar al actual Congreso con más poder? De una manera similar nos ocurrió en 1973, que gatilló el advenimiento del régimen militar desde el cual se generó la Constitución del 80, de marcado régimen presidencial. En 1973 el Congreso literalmente declaró formalmente inconstitucional al gobierno de Allende. Es decir, ese gobierno dejó de ser democrático aunque la izquierda le cueste aceptarlo y por cierto nunca reconoció ese pronunciamiento mayoritario, pero su gobierno de entonces simplemente se salió del estado de derecho. Hoy, con mayoría en el Congreso, reclama como legítimo todo aquello que éste decida, ya que ahora le conviene.

Nuevamente entonces empieza a levantarse una pugna que recuerda poco a poco estos penosos incidentes. La última modificación del sistema electoral del Parlamento, en los hechos, le da más relevancia a éste al aumentar su número de representantes, pero no le quita formalmente autoridad al Ejecutivo. Se criticaba el sistema binominal porque llegaban congresistas de menor representación, pero esto simplemente se agudizó aún más en el semiproporcional que llevó de arrastre a parlamentarios con votaciones insignificantes y con muy mala preparación. Hoy el congreso parece un reality show.

Cuando el Parlamento es opositor en el régimen presidencial, puede bloquear sin razón necesaria las iniciativas del Ejecutivo y el país se empieza a trabar. Si aquel trata de gobernar en base a su autoridad administrativa, sólo polariza más al Congreso y a la ciudadanía. En los tiempos modernos, esta pugna empieza a judicializar la política, que es quizás el peor de los escenarios. Poco a poco esto ya ha empezado a ocurrir en Chile. Lo vimos en el tema del salario mínimo, lo estamos viendo en la reforma tributaria en que incluso empiezan formas veladas de chantajes, y lo seguiremos viendo cada día más. Una oposición de bloqueo con mayoría parlamentaria hace estragos.

La ecología comunicacional del siglo 21 es muy compleja. Los diarios y revistas están muriendo, la TV abierta va en el mismo camino. Las redes sociales van ganando terreno y en éstas se aprecia una polaridad y odiosidad que requiere alguna atención antes de que sea demasiado tarde. En un Congreso atomizado, las minorías arbitran y desvirtúan la calidad de las políticas públicas.

El próximo paso, como enseña la historia, es la organización de grupos radicales violentos de lo cual ya aparecen pequeñas señales que nadie quiere reconocer. Ya no hay debate, sólo hay descalificaciones y gallitos de poder. Ahora que viene septiembre veremos nuevamente a la izquierda tratando de revivir el odio, en vez de tratar de sanar las heridas y mirar al futuro.

El gobierno sigue insistiendo en la unidad nacional y recibe bofetada tras bofetada. Ojalá siga en ese rumbo y la izquierda aprenda que el enfrentamiento nunca conduce a nada positivo y acepte la invitación del gobierno.

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