El gigante egoísta

crecimiento económico

La población tiene plena conciencia sobre la importancia de crecer. Por lo tanto, antes de pretender matar al gigante egoísta, quieren invitarlo a compartir sus beneficios y a que se ponga al servicio de acotar desigualdades antes que amplificarlas.



Entre la promesa piñerista de los tiempos mejores, el estallido social y ahora la pandemia, parece que la conversación sobre el crecimiento económico quedó anestesiada, o bien parte de la clase política optó por congelarla. Y es que a la luz de los resultados de un estudio de Criteria, que muestra el descrédito del crecimiento en boca de los políticos, es posible que para estos el concepto se volvió anatema. Un fierro caliente que no quieren tomar mientras no encuentren manera de resignificarlo, dotándolo de sentido y propósito para la ciudadanía.

Tanto se manoseó la idea del crecimiento y tantas fueron las desilusiones que generaron sus promesas, que pareciera que de pronto la ciudadanía dejó de ver la cara brillosa que le veía en los 90 y comenzó a proyectarlo como un gigante egoísta al servicio de los que más tienen. También a percibirlo como muy cruel, con el necesario descanso de los trabajadores y el cuidado del medioambiente.

Como ilustración de lo anterior, el estudio señala que sólo un 14% de encuestados opina que el crecimiento económico beneficia a las clases medias y un 11% cree que favorece a las clases bajas. En contraposición, un 88% cree que el crecimiento beneficia a las personas más ricas del país y un 53% a las clases altas.

Sin embargo, la encuesta evidencia que la población tiene plena conciencia sobre la importancia de crecer. Por lo tanto, antes de pretender matar al gigante egoísta, quieren invitarlo a compartir sus beneficios y a que se ponga al servicio de acotar desigualdades antes que amplificarlas. Esperan que sus logros permitan robustecer al Estado para asegurar derechos, siendo así más inclusivo. Antes que apostar a denostarlo por depredador, aspiran a que sea compatible con el medioambiente y la calidad de vida de la población.

Y aun cuando en todos los espectros políticos emerge el imaginario del gigante egoísta, el concepto tiende a polarizarse, lo que tampoco es muy esperanzador para las expectativas ciudadanas en torno al crecimiento. Son las personas reconocidas como de derecha las que más destacan los beneficios del crecimiento, mientras que las identificadas con la izquierda son las que se muestran más críticas con los efectos del mismo. Por ejemplo, un 56% de quienes se identifican con la derecha considera que el crecimiento económico ayuda a reducir la desigualdad, mientras que en los identificados con la izquierda el acuerdo es de 31%. Asimismo, un 62% en la derecha cree que mediante el crecimiento llegaremos a ser una sociedad desarrollada y sólo un 31% cree lo mismo en la izquierda.

Así las cosas, mientras cierta izquierda pareciera no querer ensuciarse con el crecimiento, hay una derecha que pese a creer en su virtuosismo sabe que ya no goza de la legitimidad social de aquellos tiempos en que nos creíamos los jaguares de América Latina. Pero ni a la izquierda le rendirá esconderse ni a la derecha le bastará con mantener oculto su amor al crecimiento.

Como le recomendó Mariana Mazzucato al progresismo local, es fundamental que la izquierda retome la conversación sobre el crecimiento desde nuevas maneras de generar riqueza compatible con una sociedad más compleja y un Estado más presente. Y, como si hubiese visto el estudio de Criteria, les mandó un recado: esto es especialmente importante en América Latina, donde muchos populistas de izquierda sólo se enfocan en la redistribución. No obstante, sin generar riqueza, no hay qué distribuir.

Por el otro lado, como les recomienda el estudio de Criteria a los apóstoles del crecimiento, mientras éste siga un derrotero eminentemente económico, asociado a exclusividad antes que a inclusividad, su legitimidad social seguirá cuestionada.

Así las cosas, varios porotos se anotará quien apueste a tomar el fierro caliente, encauzándolo como propuesta política de transformación de este gigante egoísta en un nuevo amigo en el que, nuevamente, valga la pena confiar.

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