El hombre incombustible

Álvaro Vargas Llosa, Nicolás Ibáñez, Mario Vargas Llosa y Albert Rivera (Ciudadanos), anoche en Vitacura.


Visita con frecuencia Chile. Pero en vez de ser un hombre repetitivo, cada vez nos sorprende con algo. A veces, una frase, un comentario; otras, una lectura obligada o una historia de las miles que ha vivido en sus 82 envidiables años. Porque Mario Vargas Llosa es lo más cercano a la figura de un hombre incombustible. Pasan y pasan los años, y su fuerza y talento parecen intactos.

Se podría decir que el escritor ha estado presente en casi cualquier evento y ha tenido contacto con casi cualquier persona que haya hecho historia en el último medio siglo en Europa y América Latina. Su joven amistad con Fidel en los primeros años de la revolución, hasta su posterior admiración hacia Margaret Thatcher, con quien participaba de comidas con intelectuales del peso de Hayek, Isaiah Berlin y Hugh Thomas. O cuando llegó a París donde se codeó con figuras como Sartre y Simone de Beauvoir. Para qué hablar de sus idas y venidas con García Márquez, Neruda y Carpentier, entre muchos otros.

Pero el tiempo no ha pasado en vano. Y el Vargas Llosa del último tiempo parece más enfocado en sus obsesiones: la libertad y la pasión por la lectura. Son sus dos caballos de batalla, de los cuales nunca se sale. Puede cambiar el guión, pero la historia es siempre la misma.

Por la libertad, el hombre no da tregua. Si bien es claro en argumentar que el liberalismo no es una ideología, sí se ancla en ideas muy claras. La más poderosa, la democracia. Por eso, durante su visita a Chile esta semana, fue muy duro cuando le preguntaron si era posible elegir entre una dictadura y un mal gobierno. Ahí, el hombre no vaciló en subir el tono de voz y decir que no aceptaba la pregunta. "Todas la dictaduras son malas y peligrosas", sentenció, sin dar pie a réplica alguna.

Y es que Vargas Llosa incomoda no sólo a la izquierda, sino también a ciertos sectores de derecha conservadores, a los que antes trató de cavernarios por no apoyar la ley de aborto en tres causales, frase que incluso le significó una disputa con su amigo, el presidente Piñera.

Pero el hombre no se inmuta. Lo suyo es la batalla de las ideas. Y eso significa discutir, disentir y, si es necesario, enemistarse, incluso con la derecha política.

"Lo que pasa es que ser liberal no es ser de derecha", dice sin complejos. La esencia es otra: "Un liberal de verdad cree que el progreso está en el futuro. Un conservador, en cambio, sólo quiere mantener el pasado, la sociedad de clases, que al final no es otra cosa que su estatus".

Entonces: ¿quién quiere ser liberal?

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.