El mal menor



Mauricio Macri fue elegido Presidente de Argentina en el 2015, en gran medida, por ser considerado el "mal menor" frente al kirchnerismo. En las primarias de ese año, obtuvo el 28,6% de los votos válidos, porcentaje cercano al 31,8% que alcanzó en las primarias de agosto último. En la primera vuelta de hace cuatro años, no incrementó su apoyo significativamente. El 34,1% que consiguió fue, en realidad, gracias a su otrora rival del Partido Justicialista, Daniel Scioli. Así pudo Macri capitalizar el antikirchnerismo y sobrepasar el 50% en el balotaje. Hoy, con la economía en serios apuros, el antikirchnerismo no parece ser el criterio decisivo para sortear el futuro inquilinato de la Casa Rosada.

¿Qué sucede cuando un político es elegido por ser el "mal menor" en un dilema electoral? El mandato que el electorado otorga a un "mal menor" es efímero.

En muchos casos, empieza a languidecer desde el día siguiente a los comicios: cuando el "mal menor", receptor de los "antis", no convierte el rechazo en apoyo propio. Transformar dicha antipatía en respaldo identitario propio, es francamente difícil. Al elector que porta una identidad negativa -al antikirchnerista, al antifujimorista o al antipetista- le cuesta evolucionar hacia una identidad positiva. Puede que, incluso, jamás se defina como macrista, pepekausa, o bolsonarista, respectivamente.

Esta fragilidad del "mal menor" ha sido muy evidente en Sudamérica. Macri, Kuczynski y Bolsonaro ganaron sus respectivas elecciones por capitalizar el rechazo virulento hacia sus rivales, fueran estos de izquierda (kirchnerismo, petismo) o de derecha (fujimorismo). Pero una vez en el poder, el apoyo de los "antis" se difumina. Macri -a pesar del trabajo organizativo de su partido, el PRO- no ha crecido en apoyo militante; Kuczynski fue prontamente abandonado por el anti-fujimorismo y ni siquiera pudo terminar su mandato; la gestión de Bolsonaro, solo mantiene el soporte de un tercio de brasileños. Todo apunta a que los "antis" valen para ganar una elección, pero casi nunca para sostener el apoyo de una administración pública.

El caso de la elección de Sebastián Piñera presenta algunas diferencias con el patrón señalado. Si bien Piñera se benefició de los miedos y animadversiones asociados a sus rivales de izquierda (coligados, injustamente o no, al chavismo), partía de un caudal propio e institucionalizado por la coalición de derecha. Es este último factor, precisamente, el que perpetúa las posibilidades de reelección derechista (elemento del que careció Kuczynski, por ejemplo). No obstante, los esfuerzos de Michelle Bachelet en la "deschavización" de la percepción de la oferta progresista chilena y en la publicitación de los rasgos autoritarios del bolsonarismo (igualmente coligados a políticos locales), buscan debilitar la viabilidad de la permanencia de la derecha en el poder. Porque para movilizar causas políticas, no es suficiente con conocer lo que los electores quieren conseguir, sino también lo que quieren evitar.

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