El Mapu-Martínez de Piñera



Por Carlos Correa, ingeniero civil industrial, MBA

Varios críticos de la transición, especialmente en el gobierno de Lagos, inventaron el término que da nombre a esta columna para referirse a una alianza entre un partido pequeño y Gutenberg Martínez, el poderoso actor político de la DC. Según dicha teoría, ese pequeño grupo manejaba las políticas públicas a su antojo, para sus propios intereses y sin leer lo que ocurría en la calle. Los niveles de paroxismo de esta tesis llegaron hasta el punto de que un dirigente democratacristiano presentó en un consejo general de su partido un PowerPoint con un esquema similar al del juicio a Michael Corleone en El Padrino II para denunciar el poder que tenía esta cofradía secreta.

Los partidos oficialistas más grandes están copiando el modelo, y han bautizado al anillo más poderoso del gobierno como el grupo Evópoli-Larroulet, haciendo referencia al pequeño partido en el que militan los ministros de Hacienda e Interior, que estarían operando con el poderoso asesor del Segundo Piso. Como hace ver Ascanio Cavallo en una columna en este medio, esas figuras serían verdaderas cabezas de turco, pues el objetivo final es el propio Presidente.

Ha sido una semana difícil para el gobierno, comparable al rechazo que sufrió el primer gobierno de Bachelet en la votación ligada al Transantiago y que terminó con cismas dentro de la DC y el PPD. A veces se ha señalado dicho cisma como el hito que permitió poco tiempo después el triunfo de Piñera. Si los gobiernos de centroizquierda no eran capaces de garantizar la gobernabilidad, hacía sentido esta vez realizar el cambio de color en La Moneda. Una explicación de estos fenómenos de cismas parlamentarios parece ser la coincidencia de elecciones del Congreso y la presidencial, pues los congresistas no tienen incentivos a ser leal con un gobierno que está apagando las luces. Pareciera ser también que el modelo presidencialista, con poco poder distribuido, tiene una crisis profunda. Los partidos, al no ser partícipes en las decisiones que toma La Moneda, buscan hacerse notar mediante gallitos dolorosos en el Congreso. Ocurrió así con el primer gobierno de Bachelet, que se enfrentó a rebeliones parlamentarias de izquierda y derecha, y se está repitiendo el fenómeno.

Una lectura primigenia de la crisis estuvo por el alto poder que otorgó el Presidente a un partido que tiene sólo un senador y seis diputados. Eso contribuye a generar el mito de la cofradía, más allá de la representación popular y el alma tradicional de la derecha. La verdadera razón del nombramiento de los actuales ministros de Hacienda e Interior no es su militancia, sino su cercanía al Presidente. En el caso del jefe de las finanzas, se provocó un quiebre exitoso con la ortodoxia de Larraín, responsable en buena parte del estallido de octubre. Con el golpe de la semana, este diseño quedó en entredicho y están dadas ya las apuestas para un nuevo gabinete de los duros de los partidos tradicionales, como hizo Piñera en la segunda parte de su primer mandato. De manera automática, con ministros como Allamand o similares, el Segundo Piso se desinfla, y el viento se lleva al llamado grupo Evópoli-Larroulet.

El Presidente lee correctamente que ese cambio implica arrinconarlo en un papel protocolar, cediendo el protagonismo a la coalición política. Lo que está en juego en el Senado, entonces, es, además del sistema de AFP, el diseño piñerista de gobierno.

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