El masajeo de Jacqueline

Jacqueline van Rysselberghe
Foto: Rudy Muñoz


¿Habrá alguien en La Moneda que efectivamente crea en eso de que el electorado se derechizó a la luz del resultado de las elecciones presidenciales? Tiendo a pensar que no, que allí nadie es tan ingenuo o necio para sostener algo así, ni mucho menos para obrar bajo tal convencimiento. Entre otros factores, Piñera ganó con holgura porque su rival fue percibido por los votantes como un gaznápiro, como un sujeto que carecía de estampa presidencial, lo que evidentemente no equivale a decir que los chilenos se convirtieron en derechistas de la noche a la mañana. El asunto cobra importancia ahora que Jacqueline Van Rysselberghe ha clavado con un puñal en la puerta de La Moneda un legajo de principios dudosos.

Digo dudosos porque la UDI resguarda conductas que la mayoría de los ciudadanos desaprueban. Y al persistir en imponerle al gobierno la carga incómoda y mal estibada de su credo, Van Rysselberghe actúa como si el electorado efectivamente se hubiera inclinado a la derecha. Ahora bien, dado que uno no está aquí para sacarla a ella ni a nadie de sus propios errores, mejor sería proponer un modo de resolver muñequeos que, a la larga, podrían costarle a la derecha un segundo mandato presidencial, esto si es que en La Moneda, con tal de apaciguar a la UDI, acabasen perdiendo la sintonía con aquello que los votantes aprueban o no en materias morales.

Situémonos entonces en la esquina derecha de un ring de box, que es precisamente la posición en donde se ubicó Van Rysselberghe cuando cuestionó el cariño útil que le ha ido tomando el Ejecutivo al proyecto de Ley de Identidad de Género. Allí, parada tras las cuerdas, la vemos masajear con profesionalismo a un campeón obeso, severo, oriundo de Roccasecca, un tipo a quien sus enemigos llamaban con poco respeto y mucho acierto "El buey mudo". El púgil es considerado un peso pesado en la UDI, aunque en su momento, siglos atrás, esgrimió posturas que hoy por hoy no todos en el gremialismo tildarían de deportivas. Sin ir más lejos, Buey sostuvo algo que ahora nos viene de perilla: la infusión del alma cuaja primero en el hombre, mientras que en la mujer el bendito proceso ocurre cuarenta días más tarde.

La ironía es insondable: Van Rysselberghe insiste en recurrir a Santo Tomás, su campeón, para aplicar un código moral que a la mayoría nos resulta ajeno, sin embargo, al mismo tiempo, cuando de dinero mal habido se trata, la UDI abandona olímpicamente el tomismo y se prosterna ante cualquiera que tenga la catadura de Alí Babá. Tan enigmática dicotomía ha de permanecer en el misterio, lo sé, pero cada vez que uno oye hablar de "la agenda valórica", cada vez que un político enuncia "la importancia de los valores", o cada vez que algún periodista progre le vuelve a dar a la matraca de "la agenda valórica", dan ganas de hundirse hasta el cuello en el pozo oscuro y legamoso del abatimiento.

En una sociedad como la nuestra, los valores compartidos por la población son pocos. Y en cierto sentido ello es saludable. Pero jamás le corresponde a un partido definir la moral de los tiempos, por mucho que forme parte de la coalición de gobierno. En La Moneda debieran tomarse en serio esta amenaza, y ubicar cuanto antes en la correspondiente esquina del cuadrilátero a un campeón que sea el igualito a Maquiavelo y no a Mandolino.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.