El nuevo Boric


Cambiar de opinión es normal e incluso deseable, es propio de una mente activa que aprende y evoluciona con la realidad, pero entre el cambio sincero y el transformismo intelectual existe la misma distancia que media entre la conversión de San Pablo y la ironía de la frase de Groucho Marx: estos son mis principios, pero si no le gustan también tengo estos otros.

El punto central es distinguir entre el oportunismo y la evolución, entre la verdadera reflexión que lleva a cuestionar las propias convicciones y el mero disfraz que busca ganar posiciones en beneficio propio. Por eso, a veces también hay un valor moral inmenso en no cambiar, como hicieron Galileo o Tomás Moro, el primero para sostener la convicción científica y el segundo sus principios éticos.

En política los cambios son siempre sospechosos, porque la necesidad de captar el voto lleva a los políticos a estar más cerca de Groucho Marx que de San Pablo, sus conversiones suelen estar más motivadas por la próxima elección que por la evidencia, por ello ocurren casi siempre en el sentido de lo popular y no en el de la minoría.

Por todo esto es que los cambios que ha experimentado Gabriel Boric resultan tan llamativos, porque progresivamente hemos ido viendo a un nuevo Boric; ya en la primera vuelta apareció con una estética formal, con unos lentes que le dan un cierto aire intelectual y que despiertan la duda acerca de si los necesita para ver mejor o para verse mejor y la diferencia, en este caso, es crucial.

A todo lo anterior se agrega que los proyectos mesiánicos, de transformación radical, como es el de la alianza del Frente Amplio con el Partido Comunista, tienen una visión maniquea de la sociedad, las injusticias son expresión del mal encarnado en los adversarios, derrotarlos y subyugarlos es un imperativo de justicia, más que electoral; por eso, para ellos la violencia política es legítima, cuando está al servicio de ciertas causas, como nos acaba de recordar una convencional.

Ahora, el nuevo Boric convoca a los economistas de los treinta años, pero los ignora a la hora de votar el cuarto retiro; se opone al indulto de los que han quemado iglesias y saqueado pymes, que hace pocas semanas exigía con el puño en alto; compromete el respeto al orden público, aunque hasta ayer validaba las barricadas. Perdón, pero parece algo así como “estos son mis principios, pero si la mayoría votó por Kast en primera vuelta, también tengo estos otros”.

Mi pasión por Serrat, siempre en conflicto con mi visión política, me lleva a recordar esos versos maravillosos del catalán: “No me pidas que no piense/ en voz alta por mi bien/ ni que me suba a un taburete/ si quieres probaré a crecer… Uno es siempre lo que es/ y anda siempre con lo puesto”.

El nuevo Boric no es creíble y aunque se suba a un taburete se ve más pequeño que el antiguo, porque el antiguo al menos es el auténtico.

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