El nuevo Chile



La frase "Chile cambió" se ha convertido en un lugar común, pero es claro que no todos estamos pensando lo mismo cuando la decimos o la escuchamos.  Para algunos el cambio consistiría en que las personas estarían más empoderadas y ya no aceptan los "abusos" de los poderosos, sería una transformación motivada por el hastío con los excesos que habría provocado nuestro modelo de desarrollo. Pronuncian la mentada frase como una suerte de anatema contra el libre mercado o, mejor dicho, contra el neoliberalismo. Señores capitalistas, se les acabó la fiesta, porque Chile cambió.

Para otros, el cambio, que es enorme, tiene un sentido muy diferente. Treinta años de crecimiento económico han tenido el efecto virtuoso de sacar a la mitad de nuestra población de la pobreza y convertirla en personas de clase media, la mayoría todavía de clase media baja, pero que ya dieron el salto fundamental. Salir de la pobreza significa salir de la angustia vital por la alimentación, por el frío, por tener lo mínimo, o sea, por la subsistencia. Al mismo tiempo que las personas, al salir de la pobreza, se incorporan al consumo, alcanzan también ciertos niveles de educación: el suficiente para engancharse con los temas de interés público. Es verdad que el desarrollo lo alcanzaremos cuando la gran masa llegue a ser de clase media propiamente tal, pero lo que ya hemos logrado es espectacular.

Hay quienes sostienen que el mercado, y especialmente la provisión de bienes públicos por el mercado, nos ha quitado la condición de ciudadanos. Es exactamente al revés, millones de chilenos han superado la angustia vital y han pasado a tener problemas distintos: calidad de los servicios que reciben, calidad de sus empleos, monto de sus remuneraciones, estabilidad de los beneficios sociales. Es verdad que en democracia los pobres tienen voto, pero necesariamente clientelar. La clase media tiene voto real y tiene voz.

Claro que Chile cambió, pero al revés de lo que dice la "nueva izquierda" ese cambio no es una rebelión, es una evolución. Por eso ciertos movimientos sociales y algunos grupos políticos que se subieron entusiastamente a las marchas de hace algunos años y que levantaron proyectos políticos reformadores, llamando a una igualdad utópica, ofreciendo retroexcavadoras e incluso algunos cuestionando las bases de la democracia representativa, se equivocaron en sus diagnósticos. Pusieron por delante sus conclusiones y a la luz de sus prejuicios interpretaron la realidad.

Ese entusiasmo fue un espejismo, a pocos años casi no queda nada de los ríos de tinta que se escribieron, la gente no quiere izquierdas revolucionarias, ni viejas ni nuevas. La gente quiere progresar, acceder a los beneficios del mercado y el consumo, quiere más mercado, mejores colegios y quiere todo eso, porque Chile efectivamente cambió.

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