El problema de la polarización



Por Carlos Correa, ingeniero Civil Industrial, MBA

Más allá del pesimismo instalado por muchos, la discusión sobre la nueva Constitución es una oportunidad. La existencia de un acuerdo para su reforma bajó la temperatura de la calle en varios decibeles en noviembre pasado y permitió un camino de optimismo. La agenda reformista que llevó en su momento el exministro Blumel instaló la prescindencia del Ejecutivo en esta materia, y con ello pasaría a la historia como el que abrió los caminos a un nuevo entendimiento en el largo plazo. El mecanismo de elección de constituyentes y el alto grado de consenso que se estableció en dicho acuerdo da la sensación de una Carta Magna que contendrá aquello que genera unidad, que es urgente resolver, dejando los temas más complejos donde no haya acuerdos a las leyes posteriores.

Las encuestas han mostrado de manera sostenida, bajo esa lógica, una mayoría a favor del “apruebo” y, en especial, un optimismo en relación con el plebiscito y el proceso constitucional. También muestran una preponderancia de las personas a favor de los acuerdos y las figuras que apuestan a la radicalización del discurso, tanto en la izquierda como en la derecha tienen altos grados de rechazo.

Bajo esa lógica, ¿por qué se ha instalado un discurso de polarización, que no solo recorre columnas dominicales, sino charlas de expertos en bancos y organizaciones gremiales? ¿Vivimos un período similar al que antecedió el plebiscito de 1988, o peor aún de aquel invierno caliente de 1973? Aunque los datos parecieran afirmar lo contrario, sí hay algunas señales que explican ese estado de ánimo, más allá de la burbuja propia de los analistas.

En primer lugar, Blumel tuvo disparos desde izquierda y derecha hasta un punto en que terminó desestabilizado. Al salir y asumir un nuevo comité político, en los hechos el gobierno abandonó la prescindencia. Ya había anticipado algo el propio Presidente con su foto triunfante en Plaza Italia, resistida en las redes sociales, pero aplaudida en el mundo de la derecha hasta tal punto que el gobierno logró silenciar a José Antonio Kast y dejarlo en esta pandemia como un troll de redes sociales. Por más que el vocero nuevo ha tratado de volver a la neutralidad, la comunicación política también trata de señales, como hacen ver Ascanio Cavallo y Eugenio Tironi en el manual más leído en la academia chilena.

También contribuye a este aparente clima crispado el hecho de que en la oposición se ha instalado una especie de síndrome de imitación del Frente Amplio, que pese a no ser la fuerza más importante en términos electorales ni en bancada parlamentaria, ha ganado la pelea moral. La adoración a sus consignas llega a niveles tales que destacadas autoridades de gobiernos de centroizquierda repiten sus críticas descarnadas a las administraciones de las que formaron parte. Visto a distancia, pareciera entonces una oposición radicalizada, con las figuras moderadas en segundo plano.

Pero la alineación del oficialismo tras la derecha dura y de la oposición tras los más críticos no tiene fondo en la mirada de las personas a pie. Probablemente,  en la cercanía del plebiscito aumente la polarización aparente al haber campañas de todo tipo, en especial las del terror, para así atraer votantes. Ese espejismo deberá ser despejado por los constituyentes, compelidos a buscar un acuerdo, por las condiciones de alto quórum que debe tener cada una de las partes de la nueva Constitución.

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