El retorno de las tres partes



A las 5 de la tarde -la hora garcialorquiana, la de “la paloma y el leopardo”- del miércoles quedó configurado el panorama político que tendrá Chile a lo menos hasta el 2022: tres facciones, tres alianzas que se aspirarán a repartirse el electorado de las siete competencias que siguen al plebiscito constitucional del 25 de octubre. Todavía no se puede decir que se vayan a quedar igual en todos los torneos -la necesidad tiene cara de hereje- ni que se vaya a tratar de tres tercios, porque aún hay que ver quién se allega al 30%. Pero, gruesamente, parece que Chile se encamina a retomar la tradición del siglo XX, suspendida por unos 40 años, de dividirse en tres. O, tal vez, de seguir imitando el camino español, caso en el cual podría saltar del bipartidismo a un esquema de cuatro (¿no es José Antonio Kast ese cuarto excluido?).

Por ahora, los tres segmentos quedan constituidos por la derecha, la izquierda y algo que cabe llamar centroizquierda, aunque por ese solo nombre tendrá que vivir tensionada entre una posición objetivamente centrada entre los dos polos y el desgarro, más subjetivo, de muchos de sus miembros que jamás renunciarán a considerarse de izquierda.

El hecho es que, con su inscripción un tanto nerviosa en la tarde del miércoles, el Frente Amplio se apropió de la izquierda. No es una cuestión meramente semántica (si es que hubiera alguna en política que no lo fuese), sino la fuerza derivativa de un proyecto: ha buscado su propio lenguaje, sus instrumentos y su simbolismo. El expresidente Lagos venía anunciando la germinación de dos izquierdas, aunque esta idea resultaba intolerable tanto para los actuales caza-Lagos como para los que creen en la dudosa idea de que la unidad política es siempre superior. A fin de cuentas, todas las coaliciones se construyen escogiendo a algunos socios y excluyendo a otros.

Como todos los movimientos de su tipo, el Frente Amplio venía enfrentando una lucha entre los “ideológicos” y los “pragmáticos”, una línea que -también como siempre- divide a los que defienden la identidad y los principios de aquellos que privilegian la eficacia y la flexibilidad táctica. Era lógico que en una encrucijada como la actual se impusieran los primeros. Por lo menos, era más lógico que pedirle una “limpieza étnica” a la ex Concertación después de que ya le ha pedido (con algún éxito) abjurar de Bachelet, Lagos, Frei, Aylwin y el No. Y más lógico que quedar atados por todo el inicio de la nueva década, y quizás hasta cuándo.

El Frente Amplio ha hecho lo contrario de Podemos en España, que con tal de llegar al gobierno aceptó ser el vagón de cola de un PSOE en declive. Ha preferido intentar convertir a la ex Concertación en los mencheviques de lo que venga, aunque el precio sea fortalecer a la derecha. Siempre pensará que ese precio es temporal, y hasta se puede haber creído ese cierto simulacro de la derecha que siempre la presenta a punto de dividirse antes de volver a juntarse su unidad. Pensará, cabe suponer, que lo de la derecha no es comedia, sino desesperación.

El caso es que el gobierno, desesperado o no, parece haber previsto mejor que sus antagonistas lo que finalmente ha ocurrido. De otro modo es difícil entender el monto de orgullo que el Presidente ha infatuado en el altar de la unidad de la derecha: todo para no perturbar lo que suponía que sucedería entre sus adversarios.

La centroizquierda culpa al Frente Amplio, al que hasta ahora ha considerado un hijo enfurruñado, en parte porque algunos de sus dirigentes en verdad pueden parecerlo. Pero el Frente Amplio ha sido más que eso y ni las melodías de la Presidenta Bachelet ni los villancicos de la alcaldesa Errázuriz podían apaciguar su profunda convicción de emprender una cruzada de alcances más épicos, un desafío más parecido en tamaño a la refundación de una sociedad injusta y corrompida.

El Frente Amplio culpa a la centroizquierda, no sólo por hacer trampa durante las negociaciones (de eso la acusa), sino también porque esa es la manera de apropiarse del 18-O. Si “no son 30 pesos, son 30 años”, entonces los responsables principales de los 30 años no deben aparecer en la misma foto. No es puro integrismo, es una consecuencia lógica de la simpatía con la disrupción de hace un año.

El caso es que si Chile cambió el 18-O, ha cambiado tanto o más en la ya larga estela del Covid-19. Ahora es más pobre, más débil y más inseguro. Miles de personas buscan una explicación para la situación de zozobra en que se encuentran y la vacilante o engorrosa ayuda que han recibido. Y, probablemente, busquen también a quienes puedan ofrecer alguna catarsis, aunque sea alopática, para salir del estado de estupor.

La lucha por interpretar a esta sociedad doblemente sacudida será la materia de las elecciones siguientes al plebiscito del 25. Y esa es una convincente razón adicional para no anteponer el simple activismo electoral a la consolidación de una identidad propia. El Frente Amplio cree que la centroizquierda sólo trata de salvarse de la extinción. Pero su propósito es exactamente ese: que en lo posible se extinga. Otra cosa es que los aludidos persistan en no darse cuenta.

De manera que, como creen algunos de esos aludidos, quizás lo que ocurrió el miércoles pueda tratarse sólo de una primera verónica y que en algún momento podrán arreglar el problema. Pero la discusión ha sido sobre los gobernadores, que son el mayor poder territorial que surgirá de las elecciones: es demasiada implicancia para que después se pueda concordar algo sin algún aire de venganza.

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