El tsunami político

Donald Trump (1)
Foto: EFE


Es palpable el aumento de la polarización política en nuestro país. Desde el nacimiento de nuevos partidos en los extremos hasta la pérdida del respeto entre los distintos poderes del Estado, todo parece indicar que nos tocarán "tiempos interesantes". Curiosamente, si queremos encontrar la raíz del caos político tenemos que buscar fuera del Congreso, fuera de nuestro país, lejos de nuestra idiosincrasia.

Nuestra polarización no se origina ni en nuestras instituciones, ni en nuestra historia, ni en nuestras condiciones socioeconómicas. La polarización es un fenómeno global guiado por factores externos. Basta levantar la cabeza para darse cuenta.

El 2016, en Estados Unidos, donde existen instituciones más fuertes que las nuestras, la sociedad se dividió y polarizó en torno al presidente Trump y al senador Sanders. El 2017 en los Países Bajos, en que la desigualdad es baja, fue imposible formar un gobierno durante 225 días (¡más de 7 meses!). En Reino Unido durante el 2016, de forma impensada, en Gran Bretaña ganó la opción de salir de la Unión Europea, el Brexit. Gran Bretaña no ha tenido dictaduras en varios cientos de años.

Tres grandes factores asoman a la vista: una nueva generación que no ha vivido conflictos, el cambio en la forma en que nos comunicamos, y la oportunidad que estos cambios abren a comunicadores visionarios.

El primer factor es la inexperiencia. El mundo ha vivido un excepcional período de paz desde 1990 y, por esto, las nuevas generaciones sólo han escuchado de conflictos, no los han vivido. La falta de experiencia les impide valorar el debate entre posiciones opuestas, prefiriendo una visión hollywoodense que divide al mundo en buenos y malos.

Otro factor es el cambio radical en la forma de comunicarnos. En la época del diario, la radio y la televisión, los emisores de información eran limitados y fácilmente identificables. El comunicador se jugaba su prestigio profesional, por lo que debía comprobar la veracidad de la información. Hoy las redes sociales permiten que todos seamos emisores, generando un cambio de paradigma. Comprobar la veracidad de la información es difícil, ya no hay prestigio profesional en juego (conviven cuentas falsas, parodia y anónimas con las de comunicadores oficiales) y el debate informado brilla por su ausencia. Se forman "tribus urbanas" de gran uniformidad, incapaces de enfrentar ideas contrarias.

El último factor está dado por el talento comunicacional que poseen algunos individuos. Mientras el mundo de la radio y la televisión está ampliamente estudiado, las estrategias a utilizar en redes sociales están recién en desarrollo. Un talentoso de las comunicaciones, que pueda adelantarse un par de años a sus competidores, es capaz de lograr grandes ganancias políticas. Donald Trump logró ganar la elección presidencial del país más fuerte del mundo prácticamente solo.

Su estrategia, original en muchos casos, consiste en utilizar cortinas de humo frecuentemente, como la posible compra de Groenlandia, y comunicarse directamente con sus ciudadanos, sin las incómodas entrevistas que obligaron a sus antecesores a rendir cuentas públicas. A río revuelto ganancia de pescadores.

En definitiva, usando las nuevas tecnologías, los políticos talentosos son capaces de ganar gran número de adeptos. Los votantes, incapaces de prever el conflicto que se avecina, actúan sin cuestionar las implicancias. Está claro: el origen de la polarización no es local, es un tsunami global que afecta con especial fuerza al mundo occidental. Y nos pilla con instituciones debilitadas o deslegitimadas, con heridas abiertas y sin liderazgos experimentados o con altura de miras.

Por suerte, las crisis también son oportunidades. Es responsabilidad de las generaciones de políticos que hoy se están jubilando traspasar todo el dolor que causó la polarización cuando eran jóvenes. Si nuestros nuevos líderes no son capaces de bajar la cabeza y aprender de la experiencia ajena, el tsunami nos pasará por encima.

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