Encina, Kant y la nueva era

FOTO:AGENCIA UNO.


Por Hugo Herrera, Profesor titular Facultad de Derecho UDP

Se sabe de Francisco Antonio Encina por su monumental historia de Chile; también porque decía que él pensaba a caballo. Reparó precozmente en la cuestión educacional como aspecto fundamental de la crisis. Una enseñanza europeizante y especulativa causaba estragos en un pueblo mestizo, apto antes para transformar la materia que para teorizarla. Promovió sacar a las masas de la frustración en la que las sumía ese modelo y avanzar hacia una educación industrial, apalancada en narrativas capaces de exaltar las aptitudes inventivas y productivas, por sobre los personajes de las letras y las armas.

Encina, uno de los cerebros más poderosos de su generación, penetró las vetas de la historia patria, el paisaje y el pueblo. No fue un mero costumbrista. Sus fuerzas se extendieron a la consideración de la comprensión y la comprensión histórica, a la que dedica un libro entero: La literatura histórica chilena y el concepto actual de la historia.

En el breve texto “La supervivencia de Goethe”, se muestra una clave central de su pensamiento. Compara al escritor alemán –mente acentuadamente intuitiva– con la filosofía racionalista de Immanuel Kant. El novelista y el filósofo simbolizan, en cierta forma, a la intuición y el entendimiento, los polos de la tensión fundamental en la cual opera la comprensión humana. Si en la epistemología kantiana la tensión se resuelve por la vía de confiar en los poderes del entendimiento de determinar la realidad, la cual es reducida a los límites de un objeto, Goethe –y Encina con él– destaca la irreductibilidad de esa realidad concreta y de su significado y su dinamismo previos a las intervenciones del sujeto racional.

Sus reflexiones hermenéuticas llevan a Encina a captar que esa tensión entre lo real e intuitivo y lo ideal o conceptual, opera también en la vida histórica y política: a un lado se halla el pueblo real y concreto en su tierra; al otro, los esfuerzos por conceptualizarlo e institucionalizarlo. Y es, precisamente, esa la relación que se rompe en las crisis: el vínculo entre el pueblo y las instituciones y los discursos por medio de los cuales se le busca brindar expresión. Encina captó tempranamente la estructura de la llamada Crisis del Centenario: un malestar profundo y difuso debido a un desajuste mayor entre la situación popular y el país de las élites y sus doctrinas.

En el momento de la crisis probablemente más intensa desde el Centenario, acudir a mentes como la de Encina puede ser un apoyo significativo en la tarea de elucidar lo que está ocurriendo en su sentido hondo. Entre el ruido de tanta palabrería ligera, tanto alegato banal, tanta solución apresurada y frívola, el acervo intelectual nacional podría erigirse en sustento para una comprensión más aplomada y propuestas pertinentes en el trance de paso desde una época que aún no acaba hacia una nueva que se niega todavía a aparecer.

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