Enemigos de las formas



Por Joaquín Trujillo, investigador del Centro de Estudios Públicos

Las épocas de crisis son momentos muy problemáticos. Un problema es el abandono de las formas, las de todo tipo: jurídicas, sociales, estéticas, religiosas, etc.

Como engendros de los cuentos de Lovecraft, hasta entonces ocultos, quizás avergonzados por no poseerlas, los enemigos de esas formas aparecen por todas partes. Su argumento es siempre el mismo: la situación que se vive es tan excepcional, tan especial, tan rara, todo es tan impreciso, que ya ninguna forma es válida, todas ellas están caducas, ahora lo que importa es el contenido. Y claro, eso que llaman el contenido es siempre descarnado, sucio, vulgar. Los enemigos de las formas se aprovechan en estos momentos excepcionales para reducir toda la existencia, que antes les había sido inabarcable, a la puerilidad. Porque se creen dueños de ese mundo pueril es que ven llegada la hora para que nada quede fuera de él.

Obviamente, en un principio, pareciera que los enemigos de las formas son los portadores de una renovación, una frescura que hacía falta. Poco a poco comenzamos a enterarnos de que para ellos nada es suficientemente real, siempre hay que sumergirse en una realidad más simplona y tosca, y el que no cede frente a ella, el que no se incorpora, es porque no entiende la época que se vive, es un anticuado, un incapaz, un tonto falto de inteligencia, vale decir, adaptación.

De ahí que los enemigos de las formas sean infinitos en su destrucción. En el fondo, se revela en ellos la peor forma del resentido. Y es que, por una parte, existe un resentimiento cortés, uno que es capaz de verbalizarse, que hallamos por ejemplo en esa novela francesa del siglo XIX cuyos héroes son resentidos notables, mientras que por la otra, está el de los que no dicen nada, que rumian su odio en secreto y que finalmente dan golpes salvajes. Es lo que vemos en las primeras páginas de Mi lucha, de Hitler. Su protagonista es un resentido que anda en las calles mirando las fachadas de los grandes edificios del Imperio Austro-Húngaro, cuyas formas urbanas, por supuesto, odia.

Así que no es cierto que los enemigos de las formas pertenezcan solamente a un espectro político. Los hay en todas partes.

Y hay una idea que el poeta T.S. Eliot repitió en varias de sus obras y que dice una verdad del porte del universo: “la humanidad no soporta demasiada realidad”. ¿Qué significa eso?

La humanidad es una hija de las formas. Por cuanto tal, nace de una dialéctica entre lo real y lo ideal. Cuando se carga excesivamente hacia lo irreal, se vuelve falsa, hipócrita, vacía. Cuando hacia lo real, cínica, vulgar, brutal. De ahí que los enemigos de las formas sean un peligro para la humanidad. Por quitar las máscaras terminan arrancando los rostros. Es importante saberlos identificar y encararlos. Entonces es cuando se los ve escabullirse como roedores, ampararse bajo las formas del mundo y exigir el respeto a las mismas.

Quienes crean en esas formas deben ¡fundamental! respetarlas más que nunca. Son ellas, al final del día, el asilo de toda la humanidad.

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