Enfrentar la violencia


SEÑOR DIRECTOR

A pesar de que la estatua de Baquedano ya fue retirada; que se instaló una barrera insólita en su reemplazo; y a pesar de los inmensos despliegues policiales en la zona; el problema del orden público y la violencia están lejos de desaparecer. Lamentablemente, todavía falta demarcar una línea inequívoca entre aquellas formas de protesta permitidas y prohibidas, aunque el escenario material no sea el mismo.

La violencia desnuda las frágiles costuras de nuestro orden social. En ella reconocemos nuestras debilidades y carencias. Por esto es importante abordarla como un fenómeno central en la discusión sobre la nueva institucionalidad. No es trivial: en la capacidad de controlar las manifestaciones violentas se juega también la fortaleza del Estado y la eficacia del derecho.

Podemos distinguir tres áreas en las que se debe avanzar. Primero, la relegitimación de la policía, lo cual incluye mecanismos de rendición de cuentas financieras y operativas, a la vez que asegurar el uso proporcional de la fuerza. Segundo, un acuerdo político que permita sostener una agenda adecuada de control de orden público, y una preocupación central por el resguardo de los DD.HH. Tercero, reconocer que ninguna agenda será eficaz si no atendemos al problema de fondo: el nihilismo que expresan las protestas surgidas en octubre; la incapacidad de compartir normas, valores e instituciones que sustenten nuestra vida social. La liquidez de nuestras estructuras y la falta de una red de solidaridad intergeneracional -horizontes compartidos, a fin de cuentas- son factores tanto o más relevantes que los indispensables ajustes operativos para el despliegue de la política.

Todo esto es importante para recuperar la paz y permitir la sanación de nuestra sociedad. Por profundos que sean nuestros desacuerdos, tenemos el deber de confrontarnos por medios cuyo resultado no sea simplemente la ruina común.

Rodrigo Pérez de Arce P.

Investigador IES

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