Esa cosa llamada educación

Alumnos del liceo José Victorino Lastarria se tomaron el establecimiento
Ante la crisis, varias comunidades educativas ocuparon sus colegios. FOTO: HANS SCOTT / AGENCIAUNO


La desilusión es una mala consejera, porque normalmente nos empuja hacia el extremo opuesto de lo antes anhelado. Es decir, a otra ilusión igualmente débil, pero de signo contrario. Por eso, por ejemplo, es fácil moverse entre los extremos políticos: se cree de la misma forma en relatos antagónicos, pero igualmente reduccionistas.

La gran desilusión de nuestra generación es respecto a la "meritocracia". Christopher Lasch se anticipó a esta crisis en su libro La rebelión de las élites y la traición a la democracia (1995), destacando que uno de los efectos negativos del culto al mérito era hacer que los más privilegiados se desentendieran de sus obligaciones con el resto de la sociedad, la cual tendería hacia el conflicto y la degradación. La tesis de Lasch tiene vigencia para el caso chileno.

Impresiona ver a la generación con mayor acceso a todo en la historia de nuestro país adoptando "El baile de los que sobran" como himno. Pero esa sensación de trampa no es completamente gratuita. Es como si uno hubiera soñado toda la vida con ir a un concierto. Haciendo la fila para comprar las entradas se fantasea con estar frente a frente con la banda. Así te lo promocionan, además. Con mucho esfuerzo y deuda uno logra comprar una entrada de las "baratas", para terminar a la cresta del escenario, escuchando a lo lejos la música. Ahí se rompe la ilusión. Se accede a lo deseado, pero precariamente. Y se ven las espaldas de quienes están en los puestos soñados, que ni saben que estamos detrás de ellos, ni les importa.

La promesa del desarrollo está cumplida, pero la sensación es amarga. No es sólo la desilusión producida por el acceso masivo a bienes antes considerados exclusivos (destacada por Bourdieu y Peña), sino también la visibilidad del nivel de vida de quienes tienen más. La "primera línea" hoy sabe cómo vive la "primera fila", pero no al revés.

Al no haber una mejor explicación, se gira fácilmente de la tesis del mérito a la del poder desnudo. Se reemplaza, así, el esfuerzo individual por la lucha colectiva. Paros y tomas sustituyen al estudio y el trabajo duro, y se destruyen, desde adentro, los liceos emblemáticos y las universidades estatales, otrora símbolos de la promesa meritocrática. Todo pasa a ser imaginado como correlación de fuerzas, lucha de posiciones y captura de cuotas: el acceso a los liceos, a la universidad y al mundo laboral. Bajo esta luz podemos entender, por ejemplo, la actual movilización contra la PSU.

El problema, por supuesto, es que el conocimiento y las habilidades no se adquieren a través de la fuerza. Mediante coacción puedo obligar a una institución a otorgarme un título, pero no el saber que ese título debería reflejar. "Esa cosa llamada educación" es, al menos en parte, efectivamente educación. Y si no se asume ese hecho, si no se pone la habilitación cultural en el centro de nuestras preocupaciones educacionales, vendrán simplemente nuevas piedras por patear y un sistema cada vez más segmentado, en la medida en que los que insistan en el esfuerzo individual se vayan alejando por todos los medios de las instituciones "en lucha", donde el activismo -ese sucedáneo de conocimiento- habrá reemplazado al aprendizaje.

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