Especiales

"La mayoría de los convencionales, ilusamente creen que pueden cambiar Chile porque eso escribirán en un papel, cuando es mucho más probable que Chile los cambie a ellos, junto con el papel".


Nassim Taleb cuenta que en el restaurant Lindy’s de Nueva York, lugar de encuentro de artistas de Broadway después de cada show, el interés de los asistentes se centraba en saber si les convenía o no aceptar un nuevo papel en algún musical, por lo que la pregunta habitual era siempre la misma: ¿cuánto tiempo irá a durar ese musical en cartelera? De tanto debatir esta cuestión llegaron heurísticamente a la respuesta correcta: el musical que tiene la mayor probabilidad de seguir por un largo tiempo en cartelera es aquél que lleve un largo tiempo en cartelera. Taleb nombró a este resultado el Efecto Lindy en honor al “instituto” donde se concibió, pero la verdad es que esa conclusión tiene un sustento probabilístico previo que comentaré más adelante. Primero lo primero, la intuición: ¿Qué es más probable, que en 100 años se siga editando El Quijote o que se siga editando el último bestseller de Baradit? ¿Que los precios de las cosas sean el resultado de la interacción de oferta y demanda o sean determinados por algún burócrata? ¿Que los Estados Unidos mantenga su Constitución actual o que nosotros mantengamos la que posiblemente será aprobada en septiembre?

Las respuestas son intuitivamente obvias, y tienen que ver con la calidad: el tiempo es implacable con la mala calidad. Un período lo suficientemente largo de tiempo pone a prueba las cosas (libros, tecnologías, ideas, relaciones, etc.); y finalmente ciertos eventos, que solo ocurren de tanto en tanto terminan destruyendo todo aquello que no sea de la máxima calidad. Las cosas nuevas no necesariamente tienen mala calidad, es simplemente que no han sido todavía puestas a prueba. Aquellas que ya han vivido mucho, por otra parte, ya han sobrevivido a casi todo. Podríamos decir entonces que la esperanza de vida futura de las cosas no perecibles es directamente proporcional a lo que ya hayan vivido.

A partir de esta idea me pregunto qué hace pensar a la gran mayoría de los 154 convencionales que ellos están ahí para crear con éxito un nuevo Estado (plurinacional). ¿Por qué creen que cosas que nos han acompañado por tanto (justamente porque han resistido) como el respeto a la propiedad privada, la igualdad ante la ley, o la separación de poderes, las pueden terminar por decreto? ¿Qué los lleva a concluir que el bienestar se puede lograr de la noche a la mañana “garantizando” por escrito una serie de derechos sin tener previamente las bases para prestar físicamente esos derechos?

La única conclusión posible es que crean que viven un momento especial, y por lo mismo son seres especiales. Y con esto me cuelgo del sustento probabilístico del Efecto Lindy. Aquel principio copernicano que establece básicamente: tú no eres especial. Si aceptas esto (y los convencionales, más que nadie, debieran hacerlo), puedes inferir que estás en el 95% de los ciudadanos que alguna vez vivieron y vivirán en Chile, que no son el 2,5% de aquellos que lo vieron nacer ni tampoco el 2,5% de los que lo verán acabar como la nación que entendemos hoy. Para los que les gusta la matemática, y en función de los años que existe Chile funcionando como una nación, con un 95% de confianza es tan probable que Chile deje de existir como lo es hoy de aquí a 5 años como que lo haga después de 7.800 años más.

La mayoría de los convencionales, sin embargo, ilusamente creen que pueden cambiar Chile porque eso escribirán en un papel, cuando es mucho más probable que Chile los cambie a ellos, junto con el papel. Estas personas no entienden el Efecto Lindy porque padecen de otro efecto creo yo, el Dunning-Kruger, pero ese, prefiero que usted lo busque en internet.

* El autor es Ingeniero Civil PUC y MBA The Wharton School

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