Esperanza

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Fue su última misa en vida. Un 24 de marzo de 1980. Allá en El Salvador. El país con el nombre más hermoso. El sacerdote, que también era arzobispo, leyó el Evangelio de Juan: "Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna". Llegó la hora de la homilía. "Esperanza" fue la última palabra que alcanzó a pronunciar antes del estallido de la bala. La que lo matará en cuestión de minutos.

A Óscar Arnulfo Romero, sacerdote y arzobispo de San Salvador, lo mató un francotirador pagado por militares vinculados a la dictadura salvadoreña. Lo mataron porque sus condenas morales a la represión y a la violación de los derechos humanos se habían vuelto insoportables para el gobierno. La Comisión de la Verdad para El Salvador de las Naciones Unidas (1992-1993) identificó a Roberto D'Aubuisson, militar y político de ultraderecha como el organizador de los escuadrones de la muerte (responsables de múltiples crímenes) y el responsable del asesinato de Romero. Ya era imposible, sin embargo, hacer efectivas sus responsabilidades penales. Había fallecido de un cáncer a principios de 1992.

Óscar Romero no era un curita "rojo" ni nada que se le pareciera. A los teólogos de la liberación (Boff, Gutiérrez, etc.) los conocía de oídas y no eran su lectura predilecta. Su vida sacerdotal había estado volcada siempre a la pastoral y ajena a todo tipo de activismo político. Cuando Su Santidad Paulo VI lo designó arzobispo de San Salvador en 1977 nada permitía anticipar que muy pronto se transformaría en una voz valiente contra las tropelías de los militares.

Poco antes de asumir, monseñor Romero adelantó una idea clave: "El gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando éste está cumpliendo su misión en la política de bien común". Durante su primer año como pastor se sucederían los actos de injusticia. En febrero de 1977, el partido de los militares -en el poder desde 1962- se roba la elección presidencial. La represión se desata contra los opositores. Son expulsados del país numerosos sacerdotes. El sacerdote jesuita Rutilio Grande, activo en el mundo de las organizaciones sociales, y amigo de Romero, es asesinado, sin que el gobierno entregue a la justicia a los culpables.

Sabiendo que arriesgaba su vida, Romero se transformó en el principal defensor de los derechos humanos. Pensando en su testimonio, y su martirio, es imposible no recordar las bienaventuranzas de Jesús: "…Bienaventurados… los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados (y)… aquéllos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos".

El domingo 14 de octubre recién pasado Su Santidad Francisco reconoció a Óscar Romero como santo de la Iglesia Católica. Una luz de esperanza.

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