Un estado de bienestar 2.0

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Que Chile necesitaría un estado de bienestar es casi una obviedad. ¿Pero es viable? Más aún cuando sus creadores en Europa dudan de la posibilidad de sostenerlo y aparece en crisis recurrentes. A su vez, el actual gobierno de Piñera, al contrario de lo que se podía haber pensado, no se tentará con la idea de una derecha definitivamente moderna, más liberal y más social, sino que, por el contrario, todas sus iniciativas hasta ahora tienen la impronta de acentuar el neoliberalismo, y, peor aún, la derecha parece tentarse con los ímpetus bolsonaristas.

Todo este cuadro debiera facilitar la convergencia del mundo de centroizquierda, ya que en Chile estamos hablando todavía de medidas previas a una mayor igualdad y justicia social. Son medidas más bien de una sociedad civilizada, una sociedad decente, sin abusos y con menos discriminación. Sería fácil converger en torno a una agenda posneoliberal de esas características. Lo que pasa es que el neoliberalismo caló tan profundo en nuestro país que, desde el punto de vista de los "derechos sociales", el punto de partida es tan bajo, que existe, como dijo Mario Waissbluth, una cierta "inevitabilidad socialdemócrata".

Probablemente, si preguntamos al mundo de centroizquierda hacia dónde queremos ir, todos mirarán hacia Suecia y los países escandinavos, pero aún estamos muy lejos. De ahí la pregunta por el estado de bienestar. Éste nunca ha existido en Chile como tal, y luego de los gobiernos de Lagos y Bachelet, se instalaron solo las bases de un limitado estado de bienestar. La crisis de éste en Europa obliga a repensarlo: para nosotros es también una oportunidad de ver como podría ser hoy, con globalización y revolución en las tecnologías de la información.

Un estado de bienestar 2.0 debiera por lo menos tener tres claves nuevas: estar enfocado en un bienestar humano multidimensional, en lugar de ocuparse solo de aliviar el sufrimiento humano; transformar la relación entre Estado y ciudadanos, considerando a los ciudadanos-beneficiarios como sujetos de su bienestar, en lugar de objetos-recipientes de los beneficios que éste entrega; y lo más decisivo para su viabilidad es el aumento de la productividad por el uso del conocimiento y la información como fuerzas productivas.

En efecto, si la productividad aumenta significativamente por trabajador activo, se podrá sostener una cantidad mucho mayor de población pasiva-dependiente. Y, mejor aún, si esta productividad aumenta, también en el aparato público se puede reducir el costo de los servicios sociales y la gestión pública.

Una agenda posneoliberal es un camino interesante a transitar, ya que tiene la mirada puesta en el futuro. Se ha debatido en el último tiempo si la Agenda 2030 para un Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas podría ser la base de un nuevo paradigma de desarrollo, y si también es un piso para construir esa agenda compartida de la centroizquierda, que sin duda debiera tener en su corazón un estado de bienestar remozado.

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