¿Estamos preparándonos?

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La cuarta revolución industrial ya comenzó y avanza a gran velocidad. En ella convergen las tecnologías digitales, físicas y biológicas, que cambiarán la forma en que vivimos y nos relacionamos. En pocos años más los autos serán inteligentes y no requerirán conductor, existirán aviones comerciales que se demorarán tres horas entre Londres y Nueva York, la medicina cambiará radicalmente con los avances de la ingeniería genética, los remedios se fabricarán según el perfil genético de cada persona, las industrias estarán manejadas por máquinas inteligentes capaces de tomar decisiones autónomamente y cooperar entre ellas. Estos avances tendrán una repercusión nunca antes vista en el mundo del trabajo; se estima que en 15 años cerca del 50 por ciento de los trabajos que hoy existen desaparecerán. La consultora Accenture estimó en 2015 que esta revolución industrial podría agregar 14 mil millones de dólares a la economía mundial en los próximos 15 años.

Según los expertos, la cuarta revolución industrial tiene la potencialidad de aumentar los niveles de ingresos y mejorar la calidad de vida de la gente, pero solo se podrán ver beneficiados los países que han generado las condiciones para adaptarse a este nuevo cambio. Alemania fue el primer país en establecer en su agenda de Estado la estrategia de alta tecnología para enfrentar los desafíos que depara esta nueva revolución. Otros países desarrollados, tanto de Europa como de Oriente, han incorporado a sus agendas de largo plazo medidas para prepararse para este futuro altamente tecnologizado.

Y nosotros, ¿estamos preparándonos? Lamentablemente no. Chile no solo no tiene una política de Estado en esta materia, sino que además no ha implementado medidas en los distintos ámbitos para enfrentar este escenario. Por ejemplo, mientras en nuestro país la inversión en investigación bordea el 0,2 por ciento del PIB, en los países de la OCDE el promedio es de 2 puntos porcentuales y en países como Corea del Sur la inversión es cercana a 5 puntos. Es verdad que a diferencia de los países desarrollados nosotros tenemos problemas que son urgentes, como terminar con la pobreza, con los campamentos, ofrecer un mejor servicio de salud y mejorar las pensiones de los adultos mayores más vulnerables, entre otros. Pero si no invertimos hoy en investigación, innovación y tecnología, las urgencias que tendremos en el futuro serán aún mayores a las que enfrentamos hoy.

En el último tiempo se han realizado iniciativas en esta dirección, pero resultan absolutamente insuficientes si no se enmarcan dentro de una estrategia nacional. La reciente creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología no es un avance si solo administrará pobreza. Para que este ministerio tenga sentido, debemos hacer un sacrificio como sociedad y aumentar de forma importante la inversión en investigación, innovación y tecnología, asumiendo que esos recursos dejarán de ir a otras áreas que son importantes. La Comisión Nacional de Productividad, creada en 2015, ha entregado informes y estudios para mejorar la productividad del país, pero su mirada es estrecha, consecuencia de su composición (solo participan economistas e ingenieros), impidiéndole ofrecer medidas más comprensivas para mejorar nuestra productividad.

El Presidente Piñera tiene la oportunidad de llegar a un gran acuerdo nacional en esta materia, convocando a una comisión de expertos para que presenten una estrategia nacional de largo plazo con financiamiento asegurado, aprobada por el Congreso Nacional, que permita a Chile prepararse para esta cuarta revolución industrial que ya comenzó.

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