Existencia y ritmo

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Después de siete meses sin acceso constante a internet, tuvimos que contratarlo por la pandemia. Y si durante la crisis política de octubre me había sido posible seguir trabajando en la tesis doctoral -a la vez que encontrando paz en el trote y en la lectura de novelas por las tardes- esa capacidad de concentración, trabajo y descanso se ha visto dañada por la conexión permanente. La ansiedad y la web -con su actualización incesante y aparentemente urgente- claramente tienen una relación simbiótica.

Al haber estado distanciado tanto tiempo, pude ver nuevamente las redes sociales con suficiente ajenidad y sorprenderme con el ritmo frenético, la rabia y la superficialidad de sus discusiones. Al poco rato, por supuesto, esa ajenidad cedió y me encontré abrumado, opinando de lo humano y lo divino con mínima información, trabando discusiones rutinarias e inútiles, y rebotando entre mares de links, memes y referencias de Wikipedia. Poder estar virtualmente más cerca de los seres queridos en esta extraña época exigió un alto costo.

Todo esto daría lo mismo -sería una página de diario de vida- si no fuera porque las investigaciones sobre los efectos del uso de redes sociales muestran que mi experiencia no tiene nada de única, sino que es más bien promedio. Eso quiere decir que la mayoría de las personas que usan redes sociales se ven, de alguna manera, abrumadas por su uso y superadas por su ritmo frenético, lo cual, en muchos casos, tiene repercusiones psicológicas. Y Chile, para variar, es líder mundial tanto en uso de redes sociales como en enfermedades de la psiquis.

Este asunto, a su vez, tiene efectos políticos insospechados. Tanto periodistas como políticos han asumido las redes sociales -especialmente Twitter- como el espacio privilegiado de conformación de la opinión pública. Y esto, a su vez, redunda en que tanto nuestros medios de comunicación como nuestro debate político adquieran un ritmo, una superficialidad, un emotivismo y unos sesgos propios de dichas plataformas. Elementos que se vuelven particularmente dañinos en medio de una crisis como la actual, tal como refleja el vergonzoso caso reciente de Alejandra Matus y las cifras mortuorias. ¿Cuánto de la dinámica absurda e histérica de nuestras relaciones políticas y comunicativas, incluyendo linchamientos y funas, no se alimentará de este acople insano?

¿Qué se puede hacer? El psiquiatra Boris Cyrulnik, especialista en resiliencia, advierte que procesar bien momentos como éste depende mucho de haber cultivado y cultivar una vida interior rica y espesa. Con ello se refiere a la música, al arte, a la espiritualidad y a la lectura. También a la contemplación de la naturaleza, por cierto. Éstas parecen ser las mejores armas que tenemos contra el molino satánico de las redes sociales. De ellas emana otro ritmo y profundidad de la existencia.

¿Será aconsejable, entonces, tratar de ponerles horarios a la televisión y a internet, y hacer el esfuerzo de hundirnos en estos otros mundos? Todo así lo indica. El alivio es inmediato, y recuerda el experimentado por los personajes de “La Peste”, de Albert Camus, cuando logran sumergirse, una calurosa noche de luna llena, en el silencioso e insondable mar.

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