¿Fake news o desinformación en línea?



Por Ricardo Vásquez, abogado LLM Universiteit Leiden / Colaborador Fundación P!ensa

Durante los últimos meses, particularmente durante la crisis social de octubre pasado y la situación actual con el Covid-19, nos hemos familiarizado bastante con el concepto de fake news. Este término, que generalmente usamos para referirnos a noticias falsas que están circulando en las redes sociales, parece a todas luces una palabra relativamente nueva en nuestro vocabulario. Sin embargo, es un fenómeno que ha estado presente durante gran parte de nuestra historia. Por ejemplo, hay datos que indican que en el año 1.274 AC, los hititas entregaron información falsa a los egipcios para modificar el resultado de la batalla de Qadesh, o que, en el siglo XV, partidarios contrarios a Vlad el Empalador distribuyeron información falsa para afectar su reputación de héroe y enmarcándolo como un personaje diabólico.

De esa forma, fake news no es un fenómeno nuevo, no obstante, gracias el ascenso de las redes sociales como principal medio de distribución de noticias en línea, este concepto volvió a nuestro radar con mayor fuerza. Pero cabe preguntarse ¿es técnicamente correcto seguir utilizando hoy en día la palabra fake news? Lo anterior es una pregunta válida, considerando que el término ha sido utilizado por políticos en diferentes contextos y diversa finalidad, lo que ha generado confusión respecto de su real significado. Esto incluso ha llevado a que, a nivel internacional, no haya claridad respecto de su definición y ámbito de aplicación, por lo que diferentes expertos en el tema han indicado que fake news es un concepto que no es fácil ni útil de definir.

La Unión Europea, reconociendo esta dificultad y con el objeto de enfrentar la situación, concluyó que es clave entender que el problema no son las fake news en sí, sino que la desinformación en línea, la cual se define como “información verificablemente falsa o engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para engañar deliberadamente a la población, y que puede causar un perjuicio público”. La distinción entre ambas ideas es fundamental y va por el camino correcto debido a que incentiva reemplazar el término fake news por desinformación en línea principalmente por dos razones : (i) el término no captura la real extensión que el problema de la desinformación implica en la sociedad; y (ii) el concepto ha sido utilizado de forma inadecuada por diferentes políticos para desechar noticias con las cuales no están de acuerdo. Siguiendo esta misma línea, diversos países también han decidido desechar la terminología fake news al momento de enfrentar este problema. Tenemos el caso del Reino Unido, que en su propuesta denominada Online Harms Proposal, descarta la utilización de dicho concepto porque reconoce que ha desarrollado su propio significado peyorativo y a su vez propone la utilización del término desinformación. Similar situación ocurrió en Francia con la promulgación la ley en contra de la manipulación de la información durante periodos electorales (relative à la lutte contre la manipulation de l’information).

Igual de relevante también es generar conciencia respecto de los problemas que puede ocasionar la desinformación en las redes sociales. En este sentido, particular atención ha provocado este problema durante el Covid-19 lo que incluso llevo al presidente de la OMS a señalar: “No estamos combatiendo solamente una epidemia; estamos enfrentando una infodemia”. Lo anterior debido a las dificultades que se han generado en diversos actores para combatir el virus y que ha incluido campañas de desinformación respecto al origen o efectos del virus, entre otros temas. Esto no sólo ha generado daños materiales como la destrucción de antenas 5G en diferentes países, sino que también ha causado desconfianza en la respuesta de instituciones públicas, confusión por parte de la ciudadanía, e incluso al aumento de casos en envenenamiento por el uso de alcohol puro como antídoto.

En consecuencia, es fundamental que nuestro país no se quede atrás en el combate en contra de la desinformación. Por consiguiente, los diferentes actores en el ecosistema de las redes sociales y, particularmente, los órganos públicos, deben ir familiarizándose con el término “desinformación en línea” y de sus nefastos efectos en desmedro de la utilización del concepto fake news. Pero más importante aún, es esencial que en un futuro cercano se puedan desarrollar campañas por parte del gobierno y organizaciones que incentiven la utilización de diferentes herramientas para combatir la desinformación en línea, tales como la literatura digital en los colegios, acceso a la pluralidad de fuentes y el uso de fact-checking. Lo anterior se hace más urgente considerando los complejos desafíos que se avecinan para nuestro país, incluyendo el plebiscito de octubre y la necesidad de generar un debate transparente que beneficie a la sociedad. De esa forma, un enfoque holístico e integral, respetando siempre la libertad de expresión como derecho fundamental, será clave para enfrentar este problema, el cual llegó para quedarse.

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