Fiestas Patrias y política

Congreso Nacional por presupuesto
FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO


Durante una semana hemos vivido ese sentimiento de pertenencia a algo común, Chile, que impresiona a quienes hemos vivido años fuera del país. Es un valor cultural que demasiados países no tienen. Quizás por eso me atrevo a escribir algo que puede sonar extravagante si me hago prisionero del clima político crispado que precedió a las Fiestas Patrias.

Nuestra sociedad tiene conciencia de urgencias estratégicas a abordar desde ahora, como calentamiento global, revolución digital e impacto en la vida laboral, o inclusión social en una sociedad ávida de seguridades ante los vértigos de cambio. También, de urgencias más inmediatas: seguridad ciudadana, pensiones, salud, niñez desamparada, crisis del sueño de gratuidad universitaria universal, sequía, crecimiento y empleo, retraso creciente de la infraestructura portuaria, vial y ferroviaria, etc. Sin embargo estas urgencias ciudadanas están en el verbo pero no en los actos de la política.

En el último tiempo, la política se ha ocupado preferentemente de sí misma. Pugnas legislativas y mediáticas trabadas. Descalificaciones mutuas y enésimas acusaciones constitucionales. Candidatos a eventos electorales futuros posicionándose. Una oposición que se reclama mutuamente unidad desde la DC al Frente Amplio para vencer; pero en la cual, al mismo tiempo, cada uno busca construir una identidad diferenciadora y emerger de esos eventos más fuerte que sus aliados como alternativa a Chile Vamos. En tanto, la derecha se ensimisma, con sensación de pérdida de foco y agenda, y debates que la cruzan: si gobernar con "sus convicciones" de siempre o asumir que el futuro no se juega en ser tal como alguna vez fue, para dejar de ser minoría.

Son todas preocupaciones partidarias comprensibles, obvias... pero tienen en común ser ajenas a las preocupaciones y urgencias ciudadanas. Partidos y elecciones están demasiado lejos de sus sentires. Y respecto a éstos últimos, no se materializan respuestas concretas y oportunas; solo se verbalizan como promesas de futuro, pero presente de desacuerdos e inmovilismo. No es extraña entonces la desconfianza ciudadana en la política. Y es malo para Chile. Se ha convertido en una debilidad nuestra como nación. No lo es la existencia de demandas imposibles de la sociedad. Tampoco la economía, si comparo información estadística global, de países y variables relevantes.

En este retorno al trabajo, luego de tantos días donde lo común, Chile, ha flameado en miles de banderas y ha estado en conversaciones, fondas y paseos familiares o de amigos, hagamos del último trimestre del año, un tiempo en que privilegiemos el acuerdo. En él nadie logra su óptimo pero, en una realidad sin mayorías, es la única forma de que la ciudadanía algo obtenga. Y lo que importa a ésta de la política, son las respuestas a lo suyo que ella logra concordar.

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