Fratelli Tutti y diálogo


Fratelli Tutti, última encíclica del Papa Francisco sobre el valor de la fraternidad y la amistad social, llega en un tiempo propicio: el inicio de una década que probablemente será de ajustes, transformaciones y tensiones. El impacto económico, social y cultural de la pandemia de 2020 ha dejado aún más en evidencia inequidades y fracturas existentes al interior de tantas sociedades, incluyendo la nuestra. Por su parte, el sistema democrático vive una crisis de efectividad y legitimidad, habiendo sido desafiado por la polarización, liderazgos de tintes autoritarios, y la erosión en la capacidad de diálogo en la última década. Este contexto global es una oportunidad -especialmente para nuestro país, que inicia su proceso constituyente- para discernir un nuevo pacto social, lo que requiere la formación de ciudadanos capaces de tender puentes y acordar bases para la paz social.

Fratelli Tutti ofrece claves valiosas para la ciudadanía. Primero, el Papa Francisco nos llama a valorar la actividad política. Reconociendo que ésta se encuentra muchas veces desprestigiada o que pareciera sinónimo de confrontación, plantea la pregunta: “¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?” (N°176). Responde advirtiendo que los intentos de “barrerla” suelen venir de quienes hoy detentan mayor poder y que, en cambio, debe ser “rehabilitada” como un servicio a otros, cuyo objetivo es que todos alcancen una “ciudadanía plena”

En segundo lugar, la encíclica invita a tener una cultura del encuentro que supere los “miedos ancestrales” que llevan o refugiarse en “aldeas” cerradas o a la violencia. “Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo (…) Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva” (N°199), señala la encíclica, invitando a un diálogo “corajudo” que asume que nuestra propia realidad siempre es “incompleta”.

Tercero, contra la indiferencia o agresión al distinto, pero también contra el compromiso abstracto o a hacer de las relaciones un “comercio ansioso”, la encíclica anima a practicar la amistad social. Esto requiere “espíritus libres dispuestos a encuentros reales” (N°50), es decir, vínculos concretos y gratuitos que hacen de la fraternidad algo más que la consecuencia de la libertad y la igualdad (N°103).

Por último, tan contracultural como el punto anterior, se nos presenta la aparente paradoja de que, para una acción social o política fructífera y efectiva en el mundo acelerado en el que vivimos, es necesario cultivar la contemplación y el “fuego lento”. Una de las imágenes más potentes que propone la encíclica -y muy indicada para la formación- es la de “artesanos” de paz social: ciudadanos que, con sencillez, perspectiva y dedicación, sean generosos, creativos y corajudos para aportar al bien común.

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