Frente a frente



Los debates para las primarias presidenciales de la derecha y la izquierda ilustraron esta semana un claro contraste, la distancia anímica entre los que han perdido y los que han ganado las principales batallas político-culturales de los últimos años. En Chile Vamos, un debate crispado, con descalificaciones y golpes bajos, sin espíritu de proyecto unitario. En la izquierda, confianza y entusiasmo, voluntad de colaboración y promesas de futuro. En rigor, dos maneras de estar y de sentirse frente a una realidad que, al menos desde el estallido social, genera en unos incertidumbre y pesimismo, mientras en otros alienta convicción y esperanza.

Estos aprontes para las primarias legales confirmaron que las diferencias de programa no tienen aquí gran relevancia. O, como siempre, sólo interesan a muy pocos. Y que hoy lo realmente en juego son más bien las señales de sociedad, códigos normativos que por más de una década unos han logrado imponer y otros no han podido contrarrestar: una sociedad de derechos sin deberes ni obligaciones; prestaciones sociales gratuitas y sin límites, financiadas por el Estado; un nivel de crecimiento económico asegurado, que no requiere de incentivos a la inversión y permite financiar alzas permanentes de impuestos son sólo algunos ejemplos.

En resumen, este imaginario es el que ha triunfado en todos y cada uno de los eventos electorales realizados en el último año, instancias decisivas donde la derecha ha podido constatar los efectos políticos de su aplastante derrota cultural, es decir, de haber llegado otra vez tarde y mal al imperativo de cambios inevitables, asociados a la irrupción de nuevo ciclo histórico; un tiempo que a priori no condenaba a este sector a una derrota segura, pero que sí la obligaba a tener un diagnóstico de los desafíos y nudos de la época, respuestas alternativas a las generadas desde la izquierda. Eso nunca se entendió y nunca se hizo, y los resultados están a la vista: en el contexto de lo que ha ocurrido en el Chile de los últimos años, observando la correlación de fuerzas al interior de la Convención Constituyente, la verdad es que perder la próxima elección presidencial es para la derecha el menor de sus problemas.

De algún modo, esta dolorosa convicción es la que va abriéndose camino en la sensibilidad más íntima del sector. Y es la razón por la cual en crecientes segmentos del oficialismo la contienda de fin de año empieza a darse por descontada. El tiempo para poder revertir el cuadro es mínimo; las condiciones de fondo, demasiado estructurales. Es lo que la derecha y la izquierda hicieron patente en sus respectivos debates. Dos posicionamientos ante las claves del presente, una hegemonía consolidada y un fracaso histórico, mirándose frente a frente.

Como ha ocurrido tantas veces, la derecha vuelve a sentir que la única manera de rescatar algo de sí misma y del país que anhela es resignándose a votar por otros.

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