Fuente Alemana

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Caminar por la alameda entre Santa Rosa y Plaza Baquedano es una experiencia intensa y surrealista. Cuesta creer los niveles de violencia que se alcanzaron en la principal arteria capitalina. La destrucción es enorme en edificios, veredas, paraderos o galerías, y los rayados y grafitis dan cuenta de la rabia que estalló y que tardará años en sanarse.

Lo más extraño es la falta de gente. Salvo por algunos turistas que sacan postales de la destrucción, o encapuchados que se prepararan para pelear por enésima vez contra los carabineros en una guerra sin destino, los edificios son esqueletos sin moradores como verdaderas ruinas prematuras. Casi al llegar a Baquedano, en medio de las rejas y los blindajes de locales cerrados, se logra ver la Fuente Alemana dignamente mantenida.

Es fácil pasarla de largo, ya que sus cortinas de tela están abajo, pero una vez que entras, la experiencia es alucinante. El local está repleto, con el mismo ruido ambiente de siempre. Oficinistas, estudiantes, adultos mayores, rodean el mesón central donde las cocineras de vestidos largos se mueven con una coordinación perfecta para preparar los platos, recibir los vales, traspasarse cervezas o entregar la comida a los parroquianos que esperan su turno.

Ahí estuve el jueves comiéndome un lomito y, al fondo del local, pude ver a su dueño, Carlos Siri, atento a todo lo que ocurría. Había leído dos entrevistas suyas el fin de semana, donde contaba el drama que le ha tocado vivir para defender su negocio, cuyas ventas han caído un 80%.

En las entrevistas, Siri apoyaba las demandas sociales, pero no la violencia que algunos revolucionarios, con mucho caviar y poca calle, entienden como prerrequisito para tener un país más justo. La forma en lo que explicó me pareció extraordinaria. Primero defendió los empleos de personas que llevan décadas en la Fuente Alemana, desde que su padre con su tío fundaran este clásico capitalino. Luego admiré la valentía que Siri tuvo para enfrentarse a los violentos y mandarlos a "la cresta" cuando lo pidieron el local, amenazando con quemárselo. "Yo me quedo" sentenció y ahí estaba con su delantal blanco.

Luego de comer el lomito y volver a la realidad de silencio y desolación de la Alameda, concluí que la Fuente Alemana es un símbolo de la actitud que debemos tener. De la fraternidad de un empresario con sus trabajadores y la perseverancia para llegar todos los días a trabajar con todo en contra. De llorar menos y hacer más. De no optar por el camino fácil de quedar bien con todos y tener el coraje para sacar la voz, e impedir que la violencia destruya el esfuerzo de toda una vida. Si todos seguimos el ejemplo de la Fuente Alemana, podremos salir de esta crisis con un país mejor. Carlos Siri demostró que se puede.

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