Fuertes protestas contra Macron



El gobierno francés de Emmanuel Macron ha debido enfrentar algo más de dos semanas de violentas protestas -el sábado volvieron a repetirse, con un saldo de 1.700 detenidos y millonarias pérdidas económicas- que han traído a la memoria los violentos enfrentamientos de mayo del 68. Manifestaciones desatadas tras el anuncio del alza al impuesto a los combustibles -cuyo símbolo han sido precisamente los chalecos amarillos que todos los automovilistas deben tener en sus vehículos- y que forzaron finalmente al gobierno a suspender la decisión y abrir instancias de diálogo. La medida que se sumaba al endurecimiento de la revisión técnica de los vehículos forma parte de una serie de iniciativas que buscan desincentivar el uso de combustibles fósiles, con el fin de reducir las emisiones ante el calentamiento global, sin perjuicio de la necesidad de equilibrar las cuentas fiscales.

El hecho pone en evidencia, por una parte, que si bien es necesario tomar medidas ante los efectos que genera el cambio climático, algunas de ellas como los impuestos "verdes" no son gratuitas e implican costos que alguien tiene que asumir. Esta es la situación que enfrenta Francia, pero que anticipa la que deberán asumir los demás países que sigan ese camino para cumplir con la reducción de emisiones. Pero el Presidente francés tiene también una presión adicional en este asunto. Como líder del país anfitrión de la cita donde se sellaron los Acuerdos de París, Macron ha convertido el tema ambiental en uno de los ejes de su agenda de gobierno.

No obstante lo anterior, la crisis de los "chalecos amarillos" va mucho más allá del rechazo a las medidas impulsadas por Macron como parte de su nueva política energética. Responde a un descontento político y social más profundo de la sociedad francesa. Si bien las protestas partieron representando a un sector, mayoritariamente de provincia y rural que enfrenta severas dificultades económicas, muy luego sumaron sindicatos y organizaciones estudiantiles, que levantaron sus propias reivindicaciones. Además, el carácter inorgánico y la falta de liderazgos del movimiento ha sido aprovechado tanto por la extrema derecha de Marine Le Pen, como por la extrema izquierda de Jean Luc Melanchon, para sacar sus propios dividendos políticos, ahondando aún más la crisis.

En 2017, Macron capitalizó parte del descontento de los franceses con los partidos tradicionales por su incapacidad de sacar a Francia del estancamiento económico. El mandatario apostó por una serie de reformas para revitalizar la economía y terminar con prebendas acumulados durante décadas. Pese a que ha conseguido concretar algunos de esos cambios, está lejos de devolverle a la economía el dinamismo prometido y las protestas han dejado en claro que un sector de la sociedad no está dispuesto a seguir esperando. Frente a ello, Macron tiene un desafío complejo: sortear su baja popularidad, contener las protestas y convencer a los franceses que la solución a la crisis no pasa por el asistencialismo del pasado sino por cuentas fiscales ordenadas, una economía más competitiva y un mayor crecimiento.

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