¿Ganar por ganar?

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Aunque Francia ganó el Mundial, no tardaron en aparecer críticas a su modo de juego. Empezó esa larga discusión sobre si el triunfo es la última –y única– medida del éxito futbolístico, o si existe una barrera, estética dirán algunos, que impide ratonear. Algo parecido, aunque sus consecuencias sean más profundas, ocurre en la política: ¿basta ganar (elecciones)? La respuesta, en el segundo caso, es más fácil. Tan importante como ganar, es el para qué se gana, porque a diferencia del fútbol la actividad política busca perdurar –en algo más que nuestro recuerdo– después de 90 minutos.

Por eso el grito airado de muchos derechistas, alegando que Lavín tomó banderas de izquierda al enarbolar su proyecto de viviendas sociales; o la desconfianza con que algunos miran a Evopoli en sus intentos por mover el cerco; o el reclamo de que la UDI devino en añejo; o la creciente tribu de decepcionados del gobierno –de Piñera II–, esos que le enrostran su falta de ruta y agenda política. Al final, la discusión es sobre la identidad de la derecha (actual) y si acaso ella se ve reflejada en sus representantes.

Para algunos, la derecha se une en torno a una primacía del individuo sobre lo colectivo –y estatal– que se concreta en la valoración de la economía de libre mercado y el respeto a la libertad individual como límite a la acción colectiva. Si bien los ciudadanos se aglutinan en torno a las ideas, para no quedarse corto habría que sumar a lo doctrinario al menos dos factores: las oportunidades disponibles (liderazgos, momentos, posibilidades de acción política, etc) y los enemigos comunes. De hecho, es posible que el más relevante sea el último.

En el caso de la derecha, aquel enemigo ha venido siendo la izquierda socialista. Esa cuyo proyecto incluía la propiedad común de los bienes y la igualación de los hombres por medio de la acción estatal. Los conceptos de derecha e izquierda son vacíos –¡vaya novedad!– pues describen la posición respecto de otro, y precisamente por aquello es que se implican mutuamente y que la derecha es, en parte, aquello que no es la izquierda y viceversa.

Por lo mismo, parte del problema identitario en la derecha es consecuencia de que ese enemigo estatista y defensor de la propiedad común de los bienes, empezó a desaparecer de escena con el polvo que dejó la caída del muro de Berlín. Nada de extraño hay en que parte de la derecha se ilusionó con una posible candidatura de Ricardo Lagos, la que observo de reojo y con un cariño difícil de imaginar hace 20 años. Pero la razón era otra, ¿acaso le quedaba a Lagos –el presidente de las concesiones– algo de los socialistas estatistas de antaño? ¿era un peligro?

Lo anterior no resta importancia a las ideas en política ni a la necesidad que tiene la derecha de trabajar las suyas. Tampoco minusvalora lo ineludible que resulta buscar esos mínimos comunes, la cuestión es que la gravedad con que perciba la amenaza determinará qué tan mínimos serán. En otras palabras, aliarse implica en alguna medida poner a un lado temporalmente aquello que distingue y por lo tanto implica renunciar a parte de las propias convicciones. Todos definimos ciertas cuestiones como irrenunciables, y su existencia no quita al resto de nuestras convicciones su carácter sino establece una simple escala de prioridades.

Tensionar la relación con un aliado político con acciones que rozan, o de frentón golpean, aquello que para el otro es irrenunciables se parece a tensar la cuerda para probar si se rompe. Sin la amenaza socialista de hace 50 años, los liberales que forman parte de la derecha deben reflexionar si sus ataques y desprecio a los ideales definidos como inclaudicables por sus aliados –que ellos llaman conservadores– no es jugar con fuego. ¿Tiene, para un conservador, la libertad económica la suficiente importancia como para soportar que sus aliados promuevan la eutanasia, el matrimonio homosexual, la identidad de género, entre otras cosas?

En el fútbol, lo –único– importante es ganar y por eso el pragmatismo no tiene límites. Por suerte, la política no es como el fútbol.

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