Germán Marín (1934-2019)

Germán Marín
Germán Marín


Quizás algún día se descubrirá entre los incontables cuadernillos con que Germán escribía fumando -taza de café al lado- su propio obituario. Mientras tanto, habrá que resignarse con recordarlo, torpemente, sin estar a su altura. Sainte-Beuve fijó la vara: "Me gusta que suceda… con el estilo de todo gran escritor, como con el caballo de un gran capitán: que nadie le monte después de él". Juan Manuel Vial destacó lo mismo -su insuperable juego de riendas- cuando lo despedimos. No lo único que se me viene a la mente.

Está también su curiosidad y manejo de voces múltiples. Una de sus nietas, el otro día, recordó cómo una vez le pidió en son cómplice: "cuéntame un secreto". Viniendo de él era como para aterrarse. El lector de sus relatos nunca sabe qué es verdad y cuánto hay de ficción, pero, una vez cautivo, sigue leyendo. Se insiste en su voz ronca cuando su extraordinaria capacidad de seducción, como escritor y amigo, fue siempre hablarle a uno, más bien, al oído. El día que murió, su hijo Arturo me llamó para avisarme, y aun cuando ya sabía la noticia, fue a Germán que escuché al otro lado del teléfono (el mismo timbre de voz). Se le recordará también por su humor y, ahí, convenía estar entre los amigos. Que lo digan Matías Rivas, Roberto Merino, Juan Manuel Vial y Rafael Gumucio, entre tantos otros.

Se le temía, sí, porque era un hombre íntegro, rasgo escaso en Chile. Insobornable como escritor, persona pública y editor. Si el texto no le parecía, no hacía concesiones. Se ha hecho mucho hincapié en que no le dieron el Premio Nacional. No era de esa especie. Me pareció que no hubo nadie en su funeral que representara a la Academia de la Lengua, a su expartido (el Comunista) o a sus camaradas de las "Cien Águilas". Habla bien de él. Consecuente como pocos, aborrecía a los solemnes y ubicados: no era de aquellos que transan y trepan. No se la perdonaron. Fue muy hombrecito, sin embargo, para enfrentar los costos que ello le significó.

Otra de sus facetas más memorables fue el apego a su familia, tema central de su gran trilogía, Historia de una absolución familiar. Escribió, por ahí, de Juana Robles, su señora, "nunca he conocido de otra mujer la inteligencia, el humor, la sensibilidad, que ella atesora". De sus hijos hablaba también, así de orgulloso y agradecido, y con razón.

En cuanto a la historia contemporánea de Chile, su otra gran manía, me cuesta encontrar a alguien que lo iguale. El tema, al fin, halló a su mejor intérprete. Una historia sucia, brutal, sin redención posible, pero alguien así de honesto tenía que contarla. Es que era pesimista y retrató un Chile terrible, por cierto, aunque haberse ido justo en el momento en que estamos, confirma que su sensibilidad no falló. Es cosa de releer su obra -rememora y anticipa- y se le seguirá oyendo.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.