Un gobierno sin perspectivas



En época de campaña, Piñera prometió a la derecha política y económica una regresión al neoliberalismo a ultranza. Contrario al esfuerzo contra la desigualdad, quería dar prueba que la concentración de la riqueza iba a permitir expandir el consumo y dar estabilidad al país. En el fondo, pretendía decir que los dueños del capital, como él, son los que deben "mandar", los demás "parásitos", como trató más de una vez a las figuras políticas de izquierda o centroizquierda, no podrían ser capaces de entender y materializar el arte de gobernar.

Por eso, intentó la reforma fiscal conocida como la "reintegración tributaria", con la idea tantas veces fracasada de que la ruta del progreso es enriquecer aún más a los grupos financieros, reembolsándoles desde el patrimonio público más de mil millones de dólares anuales. El reclamo contra la desigualdad social y los abusos, encarnados en ese vergonzoso proyecto, ya tenía un amplio y autónomo apoyo que se extendió multitudinariamente por todas las ciudades y regiones, desde el 18 de octubre.

El país rechazó esa injusticia, aun así, el gobierno pretendía imponerla en el Parlamento con apoyo del centro político y, al mismo tiempo, subir el costo del transporte público a la población. Fue una pretensión intragable. La movilización social no se hizo esperar.

Esa realidad rompió sus pronósticos, echando por tierra su autocomplacencia; la rabia lo hizo ver una "guerra" donde solo había un profundo rechazo a la injusticia, de ese modo, sepultó la popularidad que le quedaba. Tuvo que instalar un nuevo gabinete, pero no pudo recomponer la alianza política de sus partidarios. Un gobierno sin apoyo social no tiene quien lo defienda.

Ahora, Piñera observa impotente que en la derecha no hay proyecto político común y que, por eso, la coalición que lo sustenta se divide. Unos quieren tomar la defensa de la Constitución de 1980 y asumir un autoritarismo populista, y otros quieren olvidar ese sello y reconvertirse en liberales. No existe punto de encuentro y el gobierno no tiene condiciones ni liderazgo para reagruparlos.

La Moneda trasluce el afán de mantener el poder en medio de una impopularidad que no cede, soportando aparatosas caídas propias del teatro del absurdo, como el informe de inteligencia hecho por big-data. Se trata de dar cualquier respuesta sin medir límites éticos, como decir que "muchos" de los videos que confirman la violencia policial son de "fuera de Chile". Así, la ciudadanía presencia la decadencia de un gobierno que no está dispuesto a una reforma social profunda, al alza efectiva del ingreso mínimo de los trabajadores, la instalación de un sistema mixto de pensiones, la dignificación de la educación pública y del sistema de salud.

En suma, Piñera sigue apostando a un Estado ausente, sin la musculatura necesaria para corregir la desigualdad en su origen, donde es indispensable y donde duele. En definitiva, prefiere un Estado mínimo, en que el sector financiero mantiene su rol preponderante.

El gobierno tampoco tiene capacidad de controlar la acción de Carabineros. Resulta paradójico que en lugar de imponer su autoridad se somete a la dinámica represiva; en tal caso deberá asumir totalmente la responsabilidad política por la violencia estatal, ya que continúan las violaciones de los derechos humanos. Un escenario lejos de su autocomplacencia. En la derecha reconocen que la situación es "mala", tanto que ni el K-pop pudo arreglarla.

Ante el desgobierno, el proceso constituyente pasa a ser el lugar esencial del reencuentro social y nacional para unir a Chile, elaborando y construyendo una nueva Constitución, nacida legítimamente en democracia. Allí radica el futuro de la democracia chilena.

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