Guerra comercial: ¿del derecho compartido o la ley del más fuerte?

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Guests and journalists attend the Huawei database and storage product launch during a press conference at the Huawei Beijing Executive Briefing Centre in Beijing on May 15, 2019. (Photo by FRED DUFOUR / AFP) (Photo credit should read FRED DUFOUR/AFP/Getty Images)


En cuatro semanas más, los países del G20 tendrán su encuentro en Osaka. Y allí, al igual que en Buenos Aires, los Presidentes Donald Trump y Xi Jinping sostendrán su propio encuentro. Una cita aparte, mientras todas las economías del mundo, los gobiernos y las bolsas de comercio de influencia global contendrán el pulso a la espera de lo que allí salga.

Frente a eso, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Vamos de un G20 a un G2? La guerra comercial entre China y Estados Unidos, dos países-continentes, está demoliendo un sistema construido desde hace 70 años, tras la conferencia de Bretton Woods, con toda su arquitectura de instituciones financieras y las derivaciones bajo las cuales emergió la Organización Mundial de Comercio (OMC). Las consecuencias de ese conflicto fluyen hacia todos los continentes, a todos los países, y también al nuestro. La confrontación se hace mayor. La reacción de operadores en Reino Unido y Japón tras la decisión de Estados Unidos de poner a Huawei en la "lista negra", muestra hacia dónde vamos: sobre el campo comercial global se instala una "guerra tecnológica", con el sistema 5G, los robots y otros en el medio.

Estados Unidos y China son hoy los dos países más poderosos del planeta: juntos representan más del 40% de la producción y el 36% del comercio de todo el globo.

El mundo está asombrado y asustado por las derivaciones de esta confrontación. Es un regreso al pasado y sorprende la forma como esta guerra comercial deja a la Organización Mundial de Comercio completamente sobrepasada. Estados Unidos, al declarar la guerra comercial a China e imponer unilateralmente nuevas tarifas a las exportaciones de ese país, se puso al margen de las normas acordadas para un mejor funcionamiento del sistema global. China, a su vez, reaccionó de manera similar: impuso tarifas adicionales a las exportaciones provenientes de Estados Unidos.

Todos estaban conscientes que, al crearse la OMC como heredera del anterior Acuerdo General de Tarifas y Comercio, GATT, era necesario tener un sistema que buscara soluciones a las inevitables controversias comerciales. Y así ha ocurrido: más de 580 casos, que involucran a un número muy elevado de países, han podido resolverse gracias a esta organización. Para actuar en ello, la OMC estableció un tribunal con siete jueces, nombrados de común acuerdo entre todos los países.

Pero esta estructura, llamada a ser una forma civilizada de derecho para un mundo en creciente globalización, ha sido llevada a su mínima expresión con una triquiñuela. O una "tinterillada" como diríamos en Chile. En tanto los jueces fueron cumpliendo su tiempo o dejaron su cargo por diversas razones, Estados Unidos y otras potencias encontraron la fórmula para congelar el papel de ese tribunal: no, no cuestionan las normas, pero se niegan a nombrar a nuevos jueces. Hoy, en la OMC hay sólo tres de los siete jueces y no ha habido acuerdo para reemplazarlos. Es el quórum mínimo para acoger controversias. Uno menos y no habrá tribunal. ¿Qué significa esto? Es un golpe muy fuerte a la idea de un comercio internacional justo y equilibrado, capaz de llevar prosperidad a países de desarrollo alto, medio y bajo. Se socava la idea de normas compartidas en un marco multilateral.

Y ahora la confrontación se salpica de otros términos que añaden peligrosidad. Se intenta justificar la aplicación de barreras y restricciones con el argumento de atentados a la "seguridad nacional". Lo dijo sin matices el Presidente Trump en días pasados, cuando anunció que se suspendía por 180 días la aplicación de aranceles a los automóviles europeos pero, a la vez emitió una proclama en la que ordena al Representante de Comercio de los Estados Unidos (Robert Lighthizer) que "negocie acuerdos para enfrentar esa amenaza a la seguridad nacional, que está causando daños a la industria automotriz estadounidense". Cecilia Malmström, comisionada de comercio de la Unión Europea, acogió la negociación pero remarcó: "rechazamos completamente la idea de que nuestras exportaciones de automóviles son una amenaza para la seguridad nacional". Por cierto, la confrontación creciente con Huawei está ligada al mismo concepto, en el que se definen prohibiciones por razones de seguridad nacional. China asume que vienen tiempos duros: una nueva "Larga Marcha", dice el Presidente Xi Jinping. Y es allí donde comercio y geopolítica empiezan a entrelazarse de forma que, por lo menos en Chile, hemos considerado inaceptable y contraria a nuestros intereses como país.

El G20 se creó para abordar en conjunto la crisis de 2008 y todos sus efectos en la economía mundial. Pero todo parece remitido, por ahora, a la decisión de esos dos grandes, a ese G2. Y debemos asumir que pronto, sobre todo tras la reelección de Narendra Modi, habrá un tercero sentado a la mesa: India. Ese país enorme, de fortaleza cultural profunda, avanza a ser la tercera potencia económica del mundo y, a poco andar, superará la población de China y a la economía de Japón, pasando a ser la tercera economía del mundo. Y surgen entonces las preguntas ineludibles: ¿Qué haremos los que no somos un país-continente? ¿Qué haremos los países de Europa, América Latina y el Caribe o de Africa? En el G20 en Osaka también habrá presencia latinoamericana y será urgente ver cuáles son los "cambios de época" que estamos viviendo. Y con mucho realismo, crear nuevas articulaciones -oportunas y eficientes- para actuar en un mundo que no tomará en cuenta a los fracturados o desintegrados.

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