El güitre del payaso rabotril



La última publicación de Marcelo Mellado corona con grandeza la larga cruzada literaria que él ha emprendido en contra de los poetas, los operadores políticos, los merodeadores del poder, los lambiscones, los jóvenes encumbrados, los funcionarios de provincia y todos aquellos que, blandiendo como bandera de lucha el progreso social y cultural de nuestro pueblo, no han hecho más que garrapiñar en beneficio propio desde cuantas instituciones y asociaciones existan.

el niño alcalde -sí, con minúsculas, como todo el texto del libro-, es el manifiesto incendiario que escribe un lúcido predicador callejero de Valparaíso, un tipo que a lo largo de su vida ejerció los más variados oficios: cantor de plaza, dirigente sindical y vecinal, doble de Raphael y Sandro, fabricante de empanadas y prietas, fileteador de pescado en el mercado. En parte exabrupto, en parte invectiva, en parte vómito existencial, y en parte declaración de principios corrosiva y memorable, la narración también explota el autoescarnio: "Soy el payaso rabotril y me hago funcionario de la función pública y me pongo en la nariz la bola ocho del pool de puro abacanado que soy".

Basta con leer el título del libro para tener una idea clara de quiénes son algunos de los principales blancos de esta fenomenal diatriba articulada en una sucesión de párrafos breves y explosivos: "el pendejismo mesiánico tiene una inmensa vocación de insaciabilidad institucional, te lo digo yo que los sorprendí in fraganti cometiendo el pecado del hegemonismo a ultranza". El narrador denuncia "el negocio de la ciudad patrimonial", detesta el rasquerío carnavalesco del puerto y difama a los biempensantes que participan en las diversas organizaciones ciudadanas. Si de él dependiera, a Valparaíso habría que declararlo "zona de catástrofe".

Las observaciones avispadas de corte sociológico tampoco escasean en el niño alcalde: "porque por fin se da vuelta la tortilla y los ricos le copian a los pobres y no al revés, como ha sido siempre, por eso tanto culiao rico se viene a la ciudad podrida, gentrificación le llaman los culiaos, y estamos contentos, y hediondos, porque, gracias a esa alianza de clases somos tema de agenda política, que no es poco".

Más allá del aparente anarquismo a ultranza de su discurso, el hablante sí estuvo alguna vez comprometido con causas más comunitarias: "hay una jerga como de milicos, hermano, un habla uniformada y sin relieves, sacada de esos ambientes de facultad radicalizada y que exhibe una retórica petulante que, y esto es un dato duro, no alcanza la versificación potente y probada del leninismo maquiavélico clásico, ese que yo todavía admiro por su especificidad, lo que no puedo soportar es el balbuceo del puterío funcionario que se aprende mal el catecismo de la socialdemocracia europea". el niño alcalde es un libro político, qué duda cabe, un libro donde la incorrección política pasa a convertirse en una cualidad de la sensatez. Y éste, tal vez, sea el mayor mérito de este güitre magistral.

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