Hablando de virus



En el lenguaje de la política habría que decir que los virus se han tomado la agenda, seguimos en ascuas con el avance mortal de una pandemia que nos recluye y que, aislándonos, pareciera luchar contra la milenaria afirmación de Aristóteles que nos define como seres sociables.

Lo poco que un profano en la ciencia biológica puede decir es que son parásitos ubicados en la frontera de la vida, tal parece que predomina la opinión de que no están vivos, pero tienen la capacidad de infectar a organismos vivos, en los que se alojan para reproducirse, enfermándolos, pudiendo llegar a causar la muerte del “huésped”.

La historia muestra que uno de los efectos sociales más extendidos de las pandemias es el miedo, que se instala colectivamente, causando un daño a veces comparable a la epidemia misma. En un interesante trabajo llamado El miedo en Occidente, Jean Delameau dice que lo que caracteriza la sicología de la multitud es “su influenciabilidad, el carácter absoluto de sus juicios…, la pérdida del espíritu crítico”, así como la merma del sentido de la responsabilidad personal y -esto es notable- “su aptitud para pasar repentinamente del horror al entusiasmo y de las aclamaciones a las amenazas de muerte”.

Es que las pandemias producen miedo colectivo y el miedo es la proteína que estructura el más peligroso de los virus sociales: el odio. En estos días de cuarentena, conectado a la televisión y las redes sociales me ha impactado ver en imágenes la aparición de esos rasgos tan colectivos como atávicos, alcaldes temerosos que cortan el acceso a su comuna para impedir que lleguen “infectados” al servicio de salud de su ciudad. Esos “extranjeros” son chilenos, con el mismo derecho a ser recibidos y tratados que el vecino que vive frente al hospital.

Personas que, con los ojos exaltados de odio, le gritan “asesino” al ministro Mañalich e insultan a los militares y carabineros que trabajan para dar seguridad y controlar a los irresponsables que incumplen la cuarentena; dirigentes del Colegio Médico que, con escrupuloso rigor, buscan la grieta más milimétrica en las medidas sanitarias y que interpretan hasta los datos más alentadores de la manera que generen incertidumbre y más temor; jóvenes dirigentes políticos que se sienten cotidianamente “provocados” por los ricos, la derecha, el gobierno y por todo aquel que se aparte de su canon social, en estos días se percibe en ellos un ideologismo más exacerbado por sus temores que contenido por la racionalidad.

De la medicina hemos aprendido a combatir el Covid-19, de la historia tenemos que aprender a lidiar con el odio, no olvidando que en tiempos de pandemia ambos vienen juntos y que, de una forma u otra, ambos son potencialmente letales.

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