Hablemos en serio sobre la violencia



Muchos compatriotas han sido víctimas de violencia durante muchos años. Una violencia que tiene que ver con dolores provenientes de injusticias y de abusos. Es la rabia que siente el que se ha endeudado para que su hijo estudie, y hoy ve que no tiene mejor situación que él mismo. Es el dolor del que asiste al consultorio, sin encontrar solución a su enfermedad. Es el malestar del que recibe una pensión insuficiente después de años de cotizar. Es cierto que Chile ha avanzado mucho en los últimos años y que los dolores de hoy no son los mismos que en los principios de los noventa. También es cierto que los cambios rápidos solo existen en la cabeza de los falsos profetas. Pero eso no autoriza a seguir con excusas para la falta de eficacia que hemos tenido.

¿Por otro lado, hemos visto la violencia callejera, en la que confluyen distintos actores. Así, están los violentos que creen que la violencia es un medio legítimo para expresar sus ideas, permitiéndose cortar calles o tomarse colegios. No se dan cuenta que detrás de supuestas demandas de justicia se esconde una violencia profundamente individualista, que asume que la idea propia es mucho más poderosa que los derechos de los demás.

Luego, están los violentos que hacen de la violencia un negocio o simplemente una acción irreflexiva. Se ha dicho que habría financiamiento por parte del narcotráfico, que no contento con destruir la vida de tantas familias con la droga, ahora se colude para incendiar Chile.  Ósea, sería una violencia con fin de lucro.

Después, están las fuerzas policiales, las cuales en un Estado de derecho tienen el deber de ejercer la fuerza para responder a acciones violentas. En esto, hay dos extremos que hay que evitar. El primero, es suponer que la violencia se puede combatir solo por medios pacíficos, desconociendo la capacidad destructiva que tienen las bandas. Ese buenismo ingenuo no se toma en serio lo que está pasando. Por otro lado, el ejercicio de la fuerza exige un resguardo férreo de los derechos humanos. Es preciso reconocer que hay casos que sugieren ejercicios abusivos de la fuerza que han vulnerados los derechos humanos, los cuales, de ser así, deben ser condenados por la justicia.

Finalmente, están los cómplices pasivos de la violencia. Los políticos que tienen una actitud condescendiente con la violencia o que se limitan a condenarla en redes sociales. Las autoridades recelosas de ceder a sus concepciones y lentas a liderar las reformas sociales, policiales y constitucionales que Chile demanda. Los dirigentes de distintas organizaciones, que convocan marchas sabiendo que pueden dar pie a la violencia. Los Rectores de Universidades y Directores de colegio que miran para el techo cuando estudiantes de sus establecimientos realizan desmanes. Los apoderados que prefieren no hacerse cargo de lo que sus hijos hacen o que escudan sus propias cobardías en la indiferencia. Y los empresarios, especialmente aquellos de ámbitos que dicen relación con condiciones para la vida digna, que han permanecido en silencio, debiendo al menos dar señales de pretender hacer correcciones para enfrentar las injusticias que padecen muchos chilenos.

Hablemos en serio y hagámonos cargo de terminar con la violencia, dejando atrás las vacilaciones, los prejuicios ideológicos y las acciones superficiales. Para eso se necesita que los distintos actores asuman liderazgo desde sus posiciones. Se va acabando el tiempo.

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