¿Hacia dónde vamos?



Por Sergio Muñoz Riveros, analista político

La acusación constitucional que aprobó la Cámara contra Víctor Pérez, quién alcanzó a desempeñarse apenas 98 días como ministro del Interior, confirmó que a los partidos de oposición solo les interesa golpear al gobierno de cualquier modo, sin guardar siquiera las apariencias legales. Es la línea de los pequeños negocios de poder, de la unidad sin principios. En este caso, el papel más entusiasta lo cumplió la DC, como lo dejó en evidencia su jefe de bancada. Luego de tal desempeño, a lo mejor este partido recupera la presidencia de la Cámara.

A la luz de lo ocurrido, es inevitable preguntar si el proceso abierto por el plebiscito será distinto, si expresará la buena voluntad que pareció crearse después del 25 de octubre. Lamentablemente, no hay mucho espacio para la esperanza. En los partidos escasea el sentido de Estado, y lo que pesa más es la lógica de las conveniencias inmediatas. Ahora bien, si la Convención Constitucional que se elegirá en abril termina reproduciendo el estilo camorrero del Congreso, querrá decir que nuestros problemas recién comienzan. Sucede que el país caminará el próximo año por un terreno desconocido, en el que coexistirán en la práctica dos parlamentos, y además elegiremos diputados, senadores y Presidente de la República con arreglo a la actual Constitución, por lo que sus poderes podrían chocar con los acuerdos de la Convención.

Los efectos reales del plebiscito se conocerán recién el 2022, cuando se efectúe un plebiscito para aprobar o rechazar la propuesta de nueva Constitución. Se trata de un período demasiado largo y, como es obvio, el país no puede paralizarse a la espera de las resoluciones de la Convención. Es vital que el nuevo texto constitucional nazca en un clima de tolerancia y respeto, pero hay que crearlo ahora mismo. Un problema serio son las desmesuradas expectativas sobre los beneficios sociales que pueden derivar de una nueva Constitución. Podríamos tener una la próxima semana, repleta de buenos deseos, que llenara el gusto de mucha gente, y eso no modificaría el hecho de que el país es más pobre que el año pasado, que el desempleo es muy alto, que miles de niños y adolescentes perdieron el año escolar, que mucha gente vive en campamentos, que el sistema de salud debe ser reforzado para lo que venga, etc.

Es urgente mejorar la calidad de la política y abrirle paso a un diálogo genuinamente republicano. Chile necesita reducir la incertidumbre y generar una atmósfera de cooperación en todos los ámbitos, incluido el constitucional. Lo primero es desterrar la violencia. Solo así podremos superar las dificultades actuales. Pero ello demanda liderazgos que se atrevan a defender el interés nacional por encima de los partidismos.

¿Seremos capaces de sumar las reservas de sensatez y sentido nacional que hay en la sociedad para impedir que el desorden y el deterioro institucional debiliten la democracia hasta un punto crítico? Ojalá podamos.

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