Imbunches

Congreso


Según la mitología mapuche y chilota, el ifünche (castellanizado como imbunche o invunche) tiene la cabeza doblada hacia atrás, una pierna pegada a la nuca, la lengua partida y la voz convertida en un ruido gutural. Para Joaquín Edwards Bello, esta criatura monstruosa es el símbolo de la propensión chilena al "imbunchismo": a afear y deformar.

Carlos Franz describe "aquello que los chilenos declaramos duradero y soñamos grande, y que luego, fieles a nuestros atavismos, vamos mutilando y cortando, pero también zurciendo y parchando, hasta reducirlo a la forma nacional favorita: el imbunche."

Esta semana, la discusión política dio la razón a Edwards Bello y Franz. El debate sobre la reducción de parlamentarios y el sistema previsional derivó hacia sendos imbunches.

El gobierno propone achicar el Congreso a 40 senadores y 120 diputados, sin cambiar el mapa electoral ni volver al sistema binominal, y mejorando la relación entre electores y escaños ("que cada voto valga más o menos lo mismo").

Es una promesa matemáticamente imposible de cumplir.

El actual Congreso ya es un imbunche. En nueve de las 16 regiones, se da el absurdo de que diputados y senadores representan al mismo territorio y a la misma población. Además, seis regiones siguen siendo binominales: eligen a dos senadores cada una.

Los cambios solo agravarán esos problemas. 40 senadores y 16 regiones obligarán a "binominalizar" varias más. La solución sería que los senadores representen a grupos de regiones (pero la promesa es no cambiar el mapa electoral) o quitar representantes a Santiago y Valparaíso (empeorando la relación votos - escaños).

Lo mismo pasa con los diputados: no es posible eliminar 35 cargos sin cambiar el mapa electoral, deteriorar la relación entre votos y escaños o "binominalizar" distritos.

Necesariamente, el Congreso resultante tendrá ya no una, sino las dos piernas pegadas a la nuca.

También en la reforma a las pensiones se nos ofrece un engendro bestial: según el pacto entre el gobierno y la DC, los chilenos seguiremos obligados a ahorrar el 10% de nuestros sueldos en una AFP, y además deberemos entregar el 4% a otra cuenta individual, gestionada por un ente público en que no podrán participar las administradoras.

Las AFP son tan maravillosas que debemos confiarles el monopolio del 10% de nuestros sueldos; y al mismo tiempo son tan nefastas que quedan vetadas de acercarse siquiera al 4% restante.

Vaya imbunche: las AFP son, simultáneamente, obligadas y prohibidas para hacer el mismo trabajo.

Todo esto, por cierto, lo saben quienes diseñan estas leyes. No es la incompetencia de maestros chasquilla legislativos la que engendra tales monstruos. El problema es otro: la desesperada búsqueda de los políticos por conectar con la gente.

La responsabilidad de la clase gobernante es recoger las demandas populares y traducirlas en políticas públicas legítimas y efectivas. Pero hoy, aislados de la ciudadanía a la que deberían representar, reemplazan ese trabajo por la mera simulación demagógica.

La ovación de pie con que muchos parlamentarios recibieron el anuncio de su reducción en la cuenta pública es la demostración más patética. Al extremo de sobreactuarse ("sí se puede", gritaban a coro) buscaban sintonizar como fuera con el malestar ciudadano.

Es muy revelador que, de todas las reformas posibles para atacar el descontento popular hacia el Congreso, se eligiera justo la que no soluciona ningún problema real. Chile no destaca por tener demasiados parlamentarios (somos 23º entre 34 países de la OCDE en congresistas por habitantes). El récord que sí tenemos es el de las dietas más altas de la OCDE, además de un sistema abusivo y opaco de asignaciones y regalías parlamentarias.

Y si efectivamente se eliminan parlamentarios, ello no cambiará en nada el malestar con el Congreso. ¿Qué seguirá entonces? ¿Bajar a 80 diputados? ¿A 20? ¿A ninguno?

Lo mismo pasa cuando se recoge literalmente la demanda callejera de "No + AFP". Está bien, nos dicen ahora los políticos: "ni un peso más para las AFP, pero tampoco ni uno menos".

Mientras la clase política siga atacando los síntomas y no las enfermedades, mientras siga buscando atajos en vez de soluciones, mientras siga pensando que el abismo entre élites y ciudadanos se resuelve con píldoras de demagogia, el imbunchismo seguirá dominando.

"Mutilando, cortando, zurciendo y parchando", hasta el paroxismo de lo deforme.

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