Indisciplina social



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Se nos ha estado informando por la prensa de un alarmante aumento de fiestas clandestinas y detenciones por no respetar el toque de queda. Todo ello junto con querer impresionarnos que en el gobierno y las FF.AA. se habría estado muy a cargo estos diez meses (110 millones de controles de diverso tipo se han llevado a cabo). Ahora bien, uno lee noticias y cifras de este tipo y cuesta dimensionar el asunto. La pandemia puede que esté generando un cuadro cada vez más inmanejable, los confinamientos no se estén tolerando, o bien, como siempre, el presentismo impida darnos cuenta en qué país estamos hace rato.

Lo vivimos con el estallido social, una conmoción violentísima, aparentemente inédita, aunque sintomática de tendencias previas que en su momento, antes del 18-O, no estallaron. Lo clave ahí fue que se hiciera patente que nuestras reglas de convivencia, desde hace tiempo, están en veremos. El derecho mismo puede que no rija, pendiente a que se le revise y haga de nuevo. Es más, si Max Colodro está en lo correcto (Chile indócil. Huellas de una confrontación histórica, 2020), el cuestionamiento general de nuestro ordenamiento político y social provendría, no de afuera del sistema, sino de quienes desde los años 90 han gobernado. Gente que termina por reconocer que ha sido cómplice del sistema, y luego, frustrada, opta por desmadrarse. ¿Qué incentivos existirían, por tanto, para que la ciudadanía no siga el mismo curso zigzagueante, se encauce, respete normas y construya sobre lo andado?

Lo anterior explicaría detonantes inmediatos, pero el relajo social está demasiado extendido, se manifiesta abusiva y cotidianamente, desde ciclistas que no respetan veredas a incendios de iglesias y operativos de policía a los que se responde a balazos, lo que hace presumir que la indisciplina obedecería también a trastornos y traumas profundos no decantados. Dieciséis años de dictadura, y que liderazgos desde hace más de medio siglo hayan estado por excluir al otro, han socavado el alcance nacional de cualquiera autoridad civil, lo que en las actuales circunstancias está resultando suicida.

La otra cara de estos “controles” de autoridad es que no habría autodisciplina generalizada, o quienes sí se muestran responsables ya no pesan. Todo está en juego, a merced además de un voluntarismo sin límites. Es lo que ahora manda. Desobedecer, por tanto, pasa a ser una manera de figurar y sobrevivir individualmente o en patota, reaccionando ante un mundo sin ejes ni cauces. Es más, se le avala. Consulte en Google sobre desobediencia y el servidor lo remitirá a “desobediencia civil”. ¿Es que ya no es concebible una desobediencia sin eximentes? ¿Tampoco su contrario, la disciplina civil como la de sociedades orientales o, en casos límites, la de los británicos en la última guerra mundial?

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