Jugar a la guerra

Instituto Nacional
Imagen referencia. Foto: Agencia Uno


La segregación urbana equivale a tener varias ciudades en un mismo territorio, pero que no se mezclan entre sí, y que presentan fuertes contrastes en su calidad de vida o seguridad ciudadana. Un Santiago de país desarrollado en la precordillera, otro de clase media en el centro y uno pobre y violento en los extramuros del sur.

El Instituto Nacional (IN) logró romper esas barreras. Cuando mi padre estudió ahí, sus compañeros eran hijos de obreros, empresarios y políticos, que se visitaban en sus casas y mantienen contacto hasta hoy. Esta diversidad social se fue perdiendo a medida que Santiago crecía y el IN era cuestionado por seleccionar a los mejores, aunque vinieran de sectores populares.

Las movilizaciones estudiantiles de 2011 agudizan esa crítica y los liceos emblemáticos son tomados una y otra vez. La clase política se rindió ante un alumnado radical, naturalizó la violencia y socavó la autoridad de rectores, generando un incentivo perverso para ser más rudo. Ya no bastaba con insultar a los profesores: había que escupirlos o rociarlos con bencina. Tampoco era suficiente pedir mejor infraestructura, pudiendo exigir terminar con el modelo neoliberal.

Como estas demandas eran imposibles de cumplir, la rabia aumentó hasta llegar a la crisis actual que parece terminal. Ello esconde una triste paradoja, ya que el IN simbolizaba los principios de una reforma educacional, cuya discusión ha terminado por matarlo. Fue un colegio que siempre entregó educación pública de calidad y que rompió con la segregación, congregando niños de muchas comunas y estratos socioeconómicos.

La segunda paradoja es que la destrucción del IN fue amparada, cuando no impulsada, por una élite que estudió o es apoderada de exclusivos colegios particulares. Políticos o líderes de opinión que minimizan la violencia de las tomas y critican la represión policial, pero que no dudarían en llamar a Carabineros si el establecimiento de sus hijos o hermanos fuera el quemado por violentistas con molotovs.

¿Por qué aplican un criterio distinto cuando se trata de un liceo? ¿Por qué atacan la selección del IN, siendo apoderados de colegios que seleccionan? ¿Por qué naturalizan una violencia que jamás aceptarían para sus familias? Un viejo institutano me dijo que estas contradicciones eran antiguas: "Siempre existieron 'pijes' que querían jugar a la guerra a costa de nosotros". En los sesenta se disfrazaban del Che y ahora se visten de ultrones para agitar el avispero y luego refugiarse en una precordillera sin algoritmos ni lacrimógenas.

Pero esta vez su juego fue demasiado lejos. Se cargaron al Instituto Nacional, y con ello hundieron el único colegio que amplió la élite hacia todos los "Santiagos" de nuestra segregada capital. Lo que han hecho es un crimen y tendrán que responder por ello.

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