Columna de Max Colodro: La anomalía

Plebiscito


En una entrevista publicada por El Mercurio, el ex presidente del gobierno español Felipe González se refirió a la asombrosa estabilidad que ha vivido su país en las últimas décadas; habló de una “anomalía histórica”, una singularidad que habría tenido su origen en los pactos de La Moncloa, en el acuerdo constitucional y en aquel que permitió el ingreso de dicho país a la UE. Esta anomalía es algo que el dirigente socialista ve ahora en riesgo y hace un llamado a las fuerzas políticas españolas a esforzarse por recuperarla.

La noción puede resultar también atingente para el Chile de hoy, una sociedad que desde hace meses viene enfrentando una crisis que confirma ya no el riesgo sino el colapso de nuestra propia “anomalía histórica”: esa anormalidad que se encarnó en una transición hecha en los marcos de una institucionalidad impuesta por un régimen militar, con acuerdos forzados, pero que generaron por largo tiempo una contención en muchos aspectos virtuosa, y que a la larga fue la base de las transformaciones económicas y sociales más relevantes de nuestra historia.

Fue también la tregua de un conflicto político que ha durado más de medio siglo, que estalló con el término del orden tradicional en la década de los sesenta, y que ha tenido a la sociedad chilena sumida en un desacuerdo profundo respecto a la legitimidad de sus instituciones y del modelo económico. Los pactos de la transición, iniciados con la reforma constitucional acordada entre la dictadura militar y la oposición en 1989, habrían dado lugar entonces a esta anomalía vivida en Chile por más de dos décadas, un paréntesis que empezó a debilitarse cuando una mayoría salió de la pobreza y pasó a engrosar una clase media con nuevas expectativas y frustraciones, para terminar de romperse cuando la alternancia en el poder abrió un nuevo ciclo de polarización, que es precisamente lo que ha venido a exacerbarse con el estallido social.

Si la hipótesis es plausible, la envergadura de nuestros desacuerdos actuales, el resurgir de la intolerancia y el odio, la normalización de la violencia y la incapacidad de generar consensos mínimos serían, en el fondo, la expresión de un doloroso retorno a “la normalidad”; aquella que se instaló en el país cuando desaparecieron los últimos resabios de la herencia colonial, dejando en su lugar una lucha fratricida, en la que distintos sectores políticos han buscado imponer proyectos alternativos y excluyentes entre sí.

Si algo pareciera estar claro en la presente crisis, es que la anomalía de acuerdos y moderación, la vocación de gradualidad inaugurada en 1990, está muerta y enterrada. Hoy la “normalidad” que se impuso en Chile desde el inicio de la Reforma Agraria hasta el término de la dictadura, se está restableciendo, y la incertidumbre que reina respecto al futuro próximo es parte ella. En rigor, llevamos varios años denigrando el pasado y soñando que podemos partir de “una hoja en blanco”. La Nueva Mayoría representó el último y frustrado intento de eso, articulado por una centroizquierda que insólitamente creyó que podía instalar un proyecto de cambios, renegando de todo lo que ella misma había hecho durante veinte años de gobierno.

En la hora actual, una de las tensiones centrales que recorre al proceso político es el intento de unos por encausar los desacuerdos en un proceso constituyente que termine dando lugar –ahora sí por primera vez- a un pacto social consensuado; y de otros, que ven dicho proceso como una oportunidad para remplazar a la “hegemonía neoliberal”, por otra de distinto signo. En resumen, la alternativa de fundar una verdadera anomalía de consenso constitucional, que permita dejar atrás la normalidad de un conflicto histórico o, por el contrario, de profundizar las lógicas de exclusión y hegemonía en disputa que han prevalecido hasta el presente.

Es, en una palabra, uno de los aspectos medulares que deberá clarificarse y resolverse en el contexto de este delicado e incierto proceso constituyente.

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