La bolsa o la vida

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Rafael Caviedes, presidente de la Asociación de Isapres, dijo la verdad cuando afirmó que "ellas no podían darse el lujo de recibir personas enfermas". El negocio de estas instituciones es darle seguros relativamente baratos a quienes probablemente no harán uso de ellos, y seguros carísimos a quienes podrían realmente necesitarlos. Luego, su interés principal es captar a los hombres jóvenes en edad laboral con buenos ingresos. Ese es su sujeto ideal, y toda desviación de ese ideal se paga: mujeres en edad fértil, personas con ingresos bajos, enfermos crónicos y viejos son sus enemigos. Fonasa, desde la mirada de las isapres, existe justamente para cargar con los descartados.

El resultado es que en Chile hay dos sistemas de salud: uno privado excelente para los ricos y los que menos lo necesitan, y uno estatal entre mediocre y malo para los pobres y los que más lo necesitan. El sistema privado, además, funciona sobre la base de una farsa de competencia indefendible, aparte de contar con una integración vertical casi total (las isapres son dueñas de las clínicas en las que ofrecen prestaciones preferentes). Tal como dice el panfleto que Libertad y Desarrollo le publicará a Caviedes el próximo mes, este sistema está "más allá de lo público y lo privado": es rentismo privado con respaldo público. Capitalismo de riesgo cero.

En el fondo, nuestro actual esquema de salud es una oda al descarte humano que Francisco I ha denunciado: trata a los pobres, a los viejos y a los enfermos como basura, a menos que puedan pagar lo suficiente. La bolsa o la vida. Todo cristiano, y probablemente todo quien crea en los derechos humanos, debería demandar reformas profundas a esta realidad.

Y reformas, justamente, es lo que el actual gobierno ha prometido. Sin embargo, sus propuestas parecen tener por efecto un descreme final del sistema estatal en favor de los privados. Se le abre la puerta de las isapres al pequeño segmento de la clase media que se encontraba en tierra de nadie, y se traspasan sumas millonarias a los jefes de Caviedes. A cambio, se prometen ciertos cambios regulatorios respecto a las entidades privadas -algunos largamente esperados- que bien podrían ser letrachiqueados durante el proceso legislativo.

Si el esquema de salud resultante de las reformas propuestas por el gobierno agudiza los males del actual esquema, entonces no son las que necesitamos. Requerimos de un modelo institucional privado que deje de corromper la profesión médica, de enturbiar la relación médico-paciente, de inflar las ganancias de farmacéuticas y farmacias, y de incentivar el sobrediagnóstico y la sobremedicación. Y también un esquema general de salud en el que los que más atención necesitan no sean los que encuentren más dificultades para obtenerla.

Se cierne sobre el mundo, desde hace años, una época implacable. La filosofía del odio y el desprecio a los débiles ha tomado mil formas ideológicas e institucionales. El esquema de salud chileno actual es una de ellas, y toda reforma que valga la pena debe sostenerse creíblemente sobre una filosofía distinta, y materializarse en instituciones diferentes. Si no, mejor ni molestarse en maquillar a la bestia.

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