La breva pelada

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Presidente Sebastián Piñera junto al ministro de Hacienda, Felipe Larraín.


Para el oficialismo, el proyecto tributario pretende financiar el gasto público en forma eficiente; en cambio, para los opositores, es una reforma que hará más ricos a los que ya lo son. No es de extrañar que la población quiera que el cambio tributario contribuya tanto a una tasa superior de crecimiento del ingreso, como a una mayor igualdad en su distribución. Es decir, quiere la breva pelada. ¿Se le podrá dar en el gusto?

Para comentar el proyecto tributario del gobierno es conveniente volver a los principios. Con un instrumento (por ejemplo, gasto fiscal o política tributaria) es sólo posible obtener óptimamente un objetivo (Tinbergen, 1954). El ideal es entonces usar -para recoger los recursos necesarios para financiar el gasto fiscal- una política tributaria que distorsione lo menos posible la asignación de recursos (lo que privilegia la inversión y el crecimiento), y luego asignar ese gasto de modo tal de combatir la pobreza y reducir las desigualdades.

¿Es más eficiente una imposición que sólo grava al consumo o gasto (algo que se logra con la llamada integración tributaria), que un impuesto que grava la así nominada renta atribuida? Es así, y en efecto el último tipo de impuesto implica imponer dos veces sobre la renta ahorrada, lo que tiende a repercutir en menores tasas de inversión y crecimiento. Esto último ya lo resaltaron bastante tiempo atrás economistas destacados como Luigi Eunadi, Irving Fischer, Thomas Hobbes, John Stuart Mill, Alfred Marshall, y Arthur Pigou, entre otros.

Es, sin embargo, Nicolás Kaldor que, en un pequeño librito publicado en 1955, lo expone en la forma más convincente. ¿No es más razonable someter a tributo lo que se extrae de la sociedad (el consumo), que hacerlo sobre lo que se aporta (reflejado en el ingreso)? El primero, el sistema integrado (impuesto sobre el gasto), optimiza el consumo y el ahorro; en cambio el segundo, el impuesto clásico sobre la renta, castiga relativamente al trabajo y a la inversión. El efecto sobre el crecimiento es evidente y nuestra experiencia reciente lo avala dramáticamente.

Por lo anterior, a lo mejor es posible tener la breva pelada. Es decir, se puede tener una regla tributaria que no desincentive especialmente el ahorro y el esfuerzo laboral (como sí lo hace el actual tratamiento tributario) y simultáneamente ir logrando que la acción estatal conduzca a menos pobreza y a una mejor distribución de la renta. Es un hecho que el proyecto de modernización tributaria del gobierno apunta en la dirección correcta, por lo que en las próximas negociaciones parlamentarias se debieran tener presente no tan sólo los efectos de los tributos, sino que también aquellos del gasto fiscal.

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