La demarcación



Por Max Colodro, filósofo y analista político

En su primera semana, la Convención Constitucional vino a refrendar mucho del histórico desvarío que le dio origen y ha precedido sus controversias. Ya en la elección de sus autoridades, y en la tentativa de ampliar sus vicepresidencias, quedó articulado su centro gravitacional, un espacio de convergencias y de matices, de los llamados a conformar su núcleo hegemónico: el PC, el FA y la Lista del Pueblo.

En torno a ese bastión pulularán dos satélites de menor alcance y consistencia estratégica, cuyo peso específico estará signado solo por su voluntad de sumarse o restarse a las opciones mayoritarias; estos actores son el PS y los pueblos originarios. Por último, se encuentran aquellos destinados a ser solo una minoría testimonial, objeto de desprecio por los sectores gravitantes, que solo podrán tener alguna incidencia si se dan las condiciones para moderar en algo las propuestas dominantes: Chile Vamos y las esquirlas de Unidad Constituyente.

La misma lógica que instaló a Elisa Loncón y Jaime Bassa en la mesa de la Convención, esa de las negociaciones bajo cuerda entre los grandes incumbentes, tuvo luego su réplica en la votación de las dos declaraciones que demandaron el indulto a los “presos de la revuelta”. Si bien en su momento ciertos sectores llegaron a poner esa exigencia como condición para el inicio de las deliberaciones, ello no tuvo el piso para impedir el estreno del nuevo organismo. Al final, la votación que permitió ganar a una de las posiciones en juego debió repetirse porque el resultado mayoritario no gustó a uno de los actores hegemónico; aún así, la Lista del Pueblo tuvo que resignarse a una simple declaración de intenciones, sin ningún efecto práctico, salvo, el de la medición de las fuerzas internas.

Con todo, bastaron estos escuetos episodios para confirmar lo que se viene por adelante: una discusión sobre el reglamento en que estará en juego el respeto a las reglas fijadas en la reforma constitucional que dio origen a este proceso. Esa es y será en el fondo la línea de demarcación en torno a la cual se abre ahora la contienda decisiva. Por un lado, quienes aceptan moverse en los marcos fijados por la institucionalidad y, por otro, quienes pretenden desconocerlos. Así, el país será testigo, en las semanas que vienen, de si los integrantes de esa mayoría política que validó con su firma las actuales reglas del juego tendrán la valentía política y la estatura moral para defenderlas; o si aquellos que las cuestionaron y hoy pretenden violentarlas lograrán al final consolidar una nueva hegemonía, que incluya a algún sector que respaldó el acuerdo del noviembre de 2019, porque los objetores no alcanzan a ser mayoría por sí solos.

En este punto decisivo se juega buena parte de lo que es y representa el sentido histórico del proceso constituyente; esta demarcación será una importante señal respecto al valor que la continuidad o la ruptura institucional tendrán en el nuevo ciclo político.

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